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Críticos, pero no moralistas

En las últimas semanas, ha tomado vida un tema que se ha debatido a lo largo y ancho de la república, la supuesta prohibición de los narcocorridos, sobre todo después de las presentaciones de algunos artistas y la negativa respuesta de su público tras negarse a cantar temas con apología a la violencia con los cuales fueron catapultados a la fama.

Se trata de una opinión dividida, entre quienes consideran estos temas musicales como una expresión cultural totalmente legítima y quienes lo ven como una glorificación del crimen organizado. Es por ello que este tema hay que verlo con una lupa crítica que reconozca el valor histórico y cultural del corrido como género, pero visibilizando los desafíos éticos y sociales que plantea su evolución en la actualidad.

El portal de la BBC define a los corridos como un género musical del norte de México, como “primo” lejano de la ranchera y “primo hermano” de la banda sinaloense. Es innegable que forman parte de una tradición musical y cultural de nuestro país, y es preciso destacar que no todas las composiciones hacen apología a la violencia o al crimen.

Sería una total mentira decir que ninguna de nosotras y nosotros ha escuchado por lo menos una vez un corrido, antes de existir los más populares de la actualidad en las listas de las plataformas digitales, ya había registros de estos desde el auge de la Revolución Mexicana, hasta llegar a los años 70, con el nacimiento de los “Tigres del Norte”.

En este sentido, resulta comprensible que muchas y muchos mexicanos vean los corridos como una manifestación cultural natural de su entorno, y precisamente por ello es fundamental defender la libertad de expresión artística, ya que prohibirlos sentaría un precedente peligroso para toda la cultura popular.

Ahora, el diccionario de la Lengua Española define los narcocorridos como “corridos que narran historias enaltecedoras del narcotráfico y de sus protagonistas”. Término que no es nada nuevo, pues se puede tomar como referencia el ejemplo del cantante Chalino Sánchez quien comenzó a popularizar letras con este estilo en los años 90.

Estas composiciones, aunque son muy populares y atractivas para ciertos sectores poblacionales, generan preocupación por los mensajes que transmiten, en especial a las niñas, niños y adolescentes, quienes desde pequeños pueden normalizar las relaciones de poder, la impunidad, la violencia, afectando su entorno. Por ello, es importante no solo analizar su contenido, sino también reflexionar sobre el impacto que tienen en el imaginario colectivo y en la construcción de referentes sociales.

En un muestreo publicado por la UNAM, “Influencia de narco-series y narcocorridos en las aspiraciones educativas de estudiantes de Sinaloa, México”, realizado con 983 estudiantes de preparatoria, revela los siguientes datos: 362 escuchan corridos alterados y prefiere vivir 1 año como rey que 10 como “buey”, aunque su vida corra peligro, y 261 escuchan corridos alterados y cree que actualmente la gente te considera exitoso si traes dinero, andas en un buen carro y tienes una casa elegante.

Estos datos no solo muestran la popularidad de este género musical, sino que ponen en evidencia el funcionamiento de los narcocorridos como un espejo aspiracional para las juventudes, mismos que penetran de manera mayormente preocupante en contextos vulnerables, pues no se habla únicamente de la música, sino de lo que atrae, los modelos y estereotipos que retratan, aunque esto ponga en riesgo la vida.

Ante este escenario, el Estado ha asumido la responsabilidad de cumplir una tarea titánica: el no exponer a las personas a glorificar la violencia o el crimen organizado. Por ello, se reconocen las acciones de la presidenta de impulsar más opciones, como la creación de una campaña que fomenta la música alternativa con contenido positivo y el pensamiento crítico sobre lo que consumimos culturalmente.

La presidenta, ha señalado en varias ocasiones que prohibir no es la solución, sin embargo, algunas entidades federativas como Querétaro, Jalisco, Aguascalientes y Estado de México, han emitido un decreto para prohibir los narcocorridos en eventos públicos, pues cada entidad federativa goza de autonomía en sus decisiones.

La censura, como bien lo dice la Dra. Claudia, no es una opción, ya que limitar las expresiones culturales sin atender las causas sociales que las originan solo traslada el problema sin resolverlo, en lugar de abrir espacios de transformación y reflexión colectiva. Censurar y prohibir no eliminará su existencia, sino que lo volvería más atractivo, especialmente para las juventudes que se encuentran en un entorno vulnerable.

No se trata de dar lecciones de moralidad ni satanizar lo que escuchamos (sería hipócrita de mi parte, pues yo también he escuchado y coreado canciones de Peso Pluma, Natanael Cano o Junior H).  Esta reflexión no busca señalar con el dedo a quienes disfrutan este género, sino invitar a tomar conciencia sobre las raíces profundas de las problemáticas sociales que lo rodean, para poder entender qué hay detrás de los discursos que consumimos y qué realidades reflejan, para no convertirnos solo en oyentes, sino en personas críticas y conscientes.

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