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Cuidemos los votos

Después de un proceso electoral, concluida la jornada, siempre habrá descontentos del lado que no resulte ganador; es normal que se busquen inconsistencias en las actas o que se tomen como referencia datos registrados en el PREP para intentar verificar, o si es posible, cambiar el resultado. Llegados a este punto, las y los primeros en reclamar son candidatos, a quienes se suman algunos simpatizantes que no dudan en señalar culpables y pedir cabezas. ¡Por supuesto que están en su derecho, siempre y cuando existan causales! En una democracia se debe respetar el debido proceso, es necesario confiar en quienes están al frente del mismo: no se trata de altos funcionarios, se trata de vecinos nuestros, ciudadanos comunes que están prestando un servicio de deber cívico. Sin embargo, hay quienes por diversas razones no lo hacen y eso quisiera abordar en este texto: la poca importancia que en muchas ocasiones se le da a la defensa del voto y a la representación de los partidos en los consejos electorales.

En infinidad de ocasiones, sobre todo a nivel local, nos ha tocado ver que, para los candidatos, sus coordinadores y su gente más cercana, el proceso se reduce a la campaña: las visitas casa por casa, las fotos en redes sociales, la aparición en medios, la apertura y el cierre, etc. Pero pocos son los que se ven interesados en las personas que estarán representándolos y cuidando sus votos el día de la elección, a veces ni siquiera los conocen y al final del día “ni las gracias les dan”. Esto que puede parecer reclamo, pero es simplemente externar algo que me ha tocado presenciar durante varios comicios y que me ha hecho comprender la magnitud del trabajo para el “Día D”, en el que se define gran parte de los resultados: si ese día —y los previos— no hay una buena defensa el voto, gran parte de la campaña se va a la basura, no importa que se hayan visitado centenares de casas o se haya tenido un cierre multitudinario.

En las casillas y consejos electorales deben estar representantes honestos, comprometidos de verdad con el proyecto que encabezan sus candidatos, gente responsable que llegará a la hora adecuada y no se moverá hasta que la última urna sea cerrada y entregada y —para el caso de los representantes de los consejos electorales— hasta que la última acta sea cotejada y hayan verificado que no existen inconsistencias. Otra cosa de suma importancia es que sean personas capacitadas para saber cuándo y cómo proceder en caso de que algo no se esté haciendo bien o los resultados no cuadren. Son el último fuerte electoral, el eslabón que cierra la cadena y al que pocas veces se le presta la debida atención.

Sucede entonces que a pocos días de la elección se andan buscando representantes que terminan siendo personas ajenas al proyecto que van a representar y que a veces acuden únicamente por la promesa de un pago y que se exasperan si la comida no llega a tiempo y eso les da pauta para desinteresarse por todo lo que sucede en la casilla.

Después, viene el descontento de los candidatos y simpatizantes que reclaman que no se cuidó bien la casilla o que los representantes de partido del consejo electoral no hicieron bien su trabajo. Ese trabajo no es fácil, es indispensable formarse un poco y conocer la ley electoral; por otro lado, también requiere dedicación total durante días, además de la presión y el estrés que puede generar porque a veces hasta la vida peligra. Por eso, la capacitación para la defensa del voto debería de ser constante, no un solo un curso rápido días antes de la elección; los simpatizantes —y el mensaje va principalmente para los inconformes— tienen todo el derecho y el deber de proponerse, según sus posibilidades, para ejercer esa labor. Por último, los candidatos tienen la obligación de procurar quiénes estarán cuidando —e incluso— peleando por su voto en la jornada electoral.

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