“No sobreexponerse”, “no correr riesgos innecesarios” y “comunicar en ambientes controlados” son algunas de las recomendaciones más frecuentes que consultores y expertos en comunicación política suelen hacer. Estas sugerencias hacen sentido en la mayoría de los casos, pues se parte de un principio de prevención y de evitar cualquier escándalo que pueda afectar la imagen de un candidato o gobernante. Los actores políticos, ya sea por inexperiencia, por su temperamento o por la complejidad de algún tema pueden verse envueltos en una situación adversa si de su relación con medios de comunicación se trata.
No obstante lo anterior, con Andrés Manuel López Obrador sucede lo contrario: todos los días se sobreexpone y corre riesgos. Nuestro Presidente personifica una forma única de comunicar. Las conferencias mañaneras son un ejercicio inusual; no sólo en México, en todo el mundo no hay otro personaje que haga algo similar. Ningún otro mandatario tiene ese nivel de exposición mediática y esa capacidad de evadir situaciones complejas, muchas veces adversas, y además fijar agenda en la discusión pública. La fórmula claramente le funciona, muestra de ello son los altos niveles de aprobación que mantiene por arriba del 70%.
Este inicio del año nos dio un ejemplo inmejorable de la comunicación que surge desde Palacio Nacional. En enero se conjuntaron elementos que representan quizá el reto más importante que ha enfrentado la actual administración. Aunque parece una sola crisis, la realidad es que el sector salud enfrenta tres procesos paralelos: 1) la extinción del Seguro Popular y su transición al Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI), que quita facultades y recursos a entidades federativas, 2) la consolidación de un nuevo modelo centralizado para la compra de medicamentos desde la Secretaría de Hacienda y 3) el inicio de la gratuidad en los tres niveles de atención del sistema nacional de salud.
Al detonarse la crisis, los adversarios del Presidente no escatimaron en decir que estos hechos mermarían la imagen de AMLO y permitirían a la oposición articularse y encontrar rumbo tras el desconcierto en el que han vivido desde la elección presidencial; una oportunidad inmejorable.
Sin embargo, ante esta primera gran crisis vino una jugada de ajedrez: AMLO regresó el avión presidencial de EU y el 17 de enero anunció su posible rifa. Como en ocasiones previas, desconcertó a propios y extraños, puso a la oposición y al país entero a hablar de la polémica propuesta, que por inverosímil nadie concedía que fuera una posibilidad real. Para dimensionar el alcance de su anuncio, según una reciente encuesta de El Financiero, 86% de los mexicanos nos enteramos de la propuesta.
La rifa del avión presidencial cambió la conversación, pero los retos en el sistema de salud siguen vigentes. Parecía en ese momento sólo una especie de distractor, pero AMLO tuvo otro gran acierto al vincular el inminente sorteo con la solución de la crisis. Durante la presentación de la imagen del boleto, se estableció un destino específico a los recursos que se obtendrán: la compra de equipamiento médico para los hospitales del país.
Esta decisión no es irrelevante. Existe evidencia que la única forma de que la población acepte un nuevo impuesto es cuando se define un destino claro y tangible a su recaudación. Es decir, una decisión o política pública puede aumentar su legitimidad y tener apoyo de la población si se transparenta a donde se dirigen los recursos públicos.
Con la rifa, el Presidente desarticuló esta primera ofensiva en su contra y ganó tiempo para que su equipo atienda los tres retos que conforman las crisis del sector salud. Como maestro de ajedrez, en una sola jugada AMLO cambió la conversación y salió del reto más grande que ha vivido su gobierno. Sin soslayar los retos aún pendientes, en términos de comunicación política podría resumirse la rifa del avión simplemente como una genialidad.