La clase media en México vive una mentira, un espejismo de prosperidad que se alimenta de tarjetas de crédito, créditos automotrices y un sinfín de pagos diferidos. Nos venden una narrativa de éxito y progreso, pero ¿progreso para quién? Esta clase media no es más que un trabajador disfrazado, prisionero de una ilusión de ascenso social que nunca alcanzará, atrapado en el juego de la deuda. Nos convencemos de que basta con esforzarse un poco más, hacer unos sacrificios extras para obtener ese coche o esa educación privada que nos diferenciará de los demás, pero en realidad, estamos más lejos que nunca de esa independencia económica que tanto anhelamos. En lugar de liberarnos, cada deuda que adquirimos nos ata más a un sistema que se enriquece con nuestro esfuerzo, nuestros sueños y nuestras ansiedades.
Este fenómeno es una estrategia del sistema capitalista: nos hace creer que somos algo que no somos, que tenemos un poder y posición que en realidad nada tienen que ver con quienes somos en el fondo. Nos ofrece una falsa autonomía, una fachada de éxito, mientras nuestro salario se diluye en meses sin intereses, en pagos “chiquitos”, en el famoso pago para no generar intereses. Profesionistas, obreros o técnicos, todos seguimos siendo trabajadores que vendemos nuestra fuerza laboral para enriquecer a otros.
En lugar de reconocer nuestro rol, en lugar de unirnos con otros trabajadores para exigir mejores condiciones, preferimos soñar con ascender en el organigrama empresarial para sentirnos más cerca del 1% que de nuestra verdadera identidad. Esa ilusión de la clase media nos separa, nos aísla y nos debilita. Nos hace pensar que, porque trabajamos desde un piso 25 en la urbe más avanzada del país, estamos “mejor” y somos muy distintos a una costurera, una telefonista, una operadora de arneses o una trabajadora de la zafra azucarera, cuando en realidad nuestra estabilidad pende de un hilo tan frágil como el suyo y nuestra supervivencia está hilada a lo mismo: trabajar todos los días.
Y aquí es donde debemos despertar. En la nueva etapa que vive México bajo la Cuarta Transformación, se nos presenta una oportunidad única: la de reconocernos como una clase trabajadora que merece mejores condiciones, una clase que debe dejar de aspirar a pertenecer al 1% para empezar a exigir lo que les corresponde a todas y todos los trabajadores. Este gobierno y el nuevo humanismo mexicano ha puesto en el centro de su agenda el bienestar de los trabajadores, y no podemos darnos el lujo de ignorar esta oportunidad. La 4T ha sido clara en su mensaje: el progreso no debe medirse en el éxito individual, sino en el mejoramiento colectivo de la vida de las y los trabajadores mexicanos.
Sheinbaum, como continuadora del proyecto de Andrés Manuel López Obrador, representa una administración que busca reivindicar los derechos laborales, reducir la desigualdad y dignificar el trabajo. Es un gobierno que entiende que el país no puede progresar si solo unos pocos avanzan mientras la mayoría vive endeudada, precarizada y al borde de la inseguridad económica. Pero para que estas políticas tengan un impacto real, necesitamos cambiar nuestra mentalidad como clase trabajadora. Necesitamos dejar de lado la aspiración de pertenecer a un grupo exclusivo que, en realidad, solo nos ha explotado y nos ha vendido una ilusión de éxito que nunca nos entregará.
Es tiempo de aprovechar esta oportunidad histórica y hay que exigir y trabajar junto a este gobierno en la construcción de un país donde no tengamos que endeudarnos para tener una vida digna. En lugar de gastar nuestras energías en intentar proyectar una imagen de éxito en redes sociales, debemos redirigir nuestros esfuerzos a crear un México donde la dignidad laboral no sea un lujo, sino un derecho. Que nuestras victorias no sean solo unos likes en Instagram, sino el fruto de una lucha colectiva por condiciones reales, tangibles, y justas para todas y todos.
Redefinamos lo que significa ser trabajador en México, construyamos un país donde el trabajo no sea sinónimo de explotación y deuda, sino de dignidad y bienestar. Pero para ello, debemos dejar de vernos como futuros miembros del 1% y empezar a vernos como parte de un todo, como una clase trabajadora que merece y exige respeto y justicia. Solo así, con una conciencia clara y una solidaridad firme, podremos aprovechar este momento histórico para transformar nuestra realidad.