La crisis del fentanilo no solo es un problema derivado del narcotráfico; sus orígenes se remontan a la industria farmacéutica. Como explicaba recientemente la Presidenta Claudia Sheinbaum, esta problemática de salud pública se originó debido a la comercialización indiscriminada de opiáceos. (Recomiendo la serie Dopesick, que ilustra cómo Purdue, una empresa farmacéutica, manipuló información, corrompió a funcionarios de la FDA y, sin ética alguna, enfermó a todo un país).
Los opiáceos (que, como su nombre indica, provienen del opio) son fármacos que actúan directamente sobre el sistema que nos alerta del dolor. Aunque están diseñados para generar un potente efecto anestésico y aliviar el dolor, tienen un efecto secundario grave: su alta capacidad de generar dependencia. Esto facilita la adicción con mucha más rapidez que otras sustancias psicoactivas, y sus consecuencias son devastadoras. (Las cifras de más de 100,000 muertes anuales por sobredosis en Estados Unidos dan cuenta de ello). Quienes no mueren, enfrentan un período considerable para recuperarse de su adicción.
Por ello, el gobierno de México ha mostrado interés en advertir a la población sobre los efectos del consumo de fentanilo, un tema que incluso Donald Trump ha reconocido como prioritario para reducir su consumo en Estados Unidos. Este tipo de estrategias, bien encaminadas y comunicadas, tienen un impacto significativo en la concientización y contribuyen a los objetivos de salud pública.
Este preámbulo sirve para conectar con un nuevo medicamento que está siguiendo los pasos de los opiáceos en Estados Unidos, todo debido a la inmoralidad con la que algunas farmacéuticas operan a nivel global. Se trata del Ozempic (Semaglutida), un fármaco utilizado para tratar la diabetes tipo 2, pero que también ha demostrado efectos en el control de peso, lo que ha llevado a su uso para tratar la obesidad de manera impactante. Sin embargo, desde hace varios meses, varios famosos han comenzado a utilizar Ozempic con fines estéticos más que por motivos de salud. Aunque el control de peso es un factor clave para prevenir diversos problemas de salud, su uso únicamente por razones estéticas refleja un interés preocupante en el consumo indiscriminado de sustancias que producen efectos notables en poco tiempo, pero cuyas consecuencias para la salud, tanto física como mental, podrían ser desastrosas.
Hace un par de décadas, surgió un medicamento llamado Rimonabant, el cual demostró efectos positivos en la pérdida de peso. Sin embargo, años después, las agencias regulatorias prohibieron su uso debido a los graves efectos adversos que presentaba, como la depresión severa, que incluso llevó al aumento de casos de suicidio entre sus consumidores. Desde entonces, el uso de fármacos para la pérdida de peso ha sido limitado y requiere un enfoque integral para evitar que se repitan situaciones como la del Rimonabant.
Ante el reciente auge del Ozempic, es fundamental mantener un enfoque de alerta en salud pública y advertir sobre los riesgos de su uso indiscriminado. Los estadounidenses han evidenciado cómo su decadencia se ha agravado por la dependencia a sustancias promovidas por la industria farmacéutica. Considero que aún estamos a tiempo de evitar otra tragedia similar a la del fentanilo.