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Democracia incipiente (III)

Independencia

En mi colaboración anterior, hablé —de manera somera— sobre los 286 años de Colonia y los 61 virreyes que decidían sobre la vida y muerte de quienes aquí vivían, así como sobre la enorme riqueza extraída de aquí, que permitió el desarrollo de Europa —no el de España, que recibía poco de lo producido en México, pues todo lo debían a los banqueros de la época—.

El movimiento de independencia (la Primera Transformación) tuvo su origen en Guanajuato, conservador y oscurantista entonces, conservador y oscurantista ahora. Miguel Hidalgo y Costilla que conspiraba con la clase ilustrada de su época, vio el momento propicio de levantarse en armas y dio la orden de “vamos a coger gachupines”.

Presos los dueños de la industria y el comercio —muchos amigos del mismo Hidalgo, que airados le reclamaban el maltrato— se les plantearon las opciones: se respetarían su vida y sus posesiones si aceptaban la Independencia pues “como verán, el pueblo se ha levantado en armas”, o se los dejaría a su suerte en caso contrario.

El movimiento, sin un plan predefinido, se extendió como reguero de pólvora, ante la incredulidad de quienes detentan el poder. La masa —“la bola”, les dirían después en la Revolución— alcanzó el Estado de México. Y ante la vista de la Capital, Hidalgo reculó. Vio la imposibilidad de tomar el baluarte con las tropas desordenadas que lleva.

Atrapado y posteriormente fusilado, Hidalgo encendió la chispa que ha de volverse un movimiento en forma. El heredero del movimiento fue José María Morelos y Pavón, de quien Napoleón supuestamente diría “Denme dos Morelos y conquisto el mundo”. De su genio militar no queda duda alguna, sin embargo, su máximo legado fue su documento de Los sentimientos de la Nación. Ese breve pergamino tiene una importancia capital, pues le dio el corpus legal al movimiento independentista que habría de triunfar más adelante.

Con la entrada del Ejército Trigarante —de las Tres Garantías— a la capital en 1821, se consumó el movimiento de independencia. Nacemos como país libre con Iturbide como emperador. No puede hablarse de democracia en el país recién independizado.

Las Tres Garantías —independencia (el color de los independentistas era en verde), religión (el color del Vaticano es el blanco) y que viniera a México a gobernar un miembro de la casa de los Borbones (cuyo color es el rojo)— son la base de nuestra bandera.

El Imperio Mexicano tendrá por delante la inmensa tarea de otorgarse una Constitución, que dará paso a una guerra interna que culminará con la publicación de varias Cartas Magnas, hasta llegar a la Constitución de 1857, y la consecuente Guerra de Reforma (la Segunda Transformación) … pero de eso hablaremos en el próximo artículo.


A manera de colofón: qué orgullo ver en la reunión del G20 a nuestra presidenta Claudia Sheinbaum, la única mujer entre todos los mandatarios de las 20 economías más grandes del mundo. Llega a esa convención, no solamente con la gran legitimidad obtenida en las urnas, sino con todo el respaldo académico que le ha permitido colaborar en los equipos de trabajo que obtuvieron dos premios Nobel (química y paz) .

Templada y parsimoniosa, sus participaciones dan cuenta de su valía y lanzan el mensaje inequívoco al mundo de que México es par y no un subordinado de poderes foráneos.

Lo mencioné hace algunos ayeres —en serio— ¿alguien se imagina a la señora Xóchitl Gálvez en un encuentro así? Si a Peña Nieto lo “peluseaban” de formas humillantes —para vergüenza de todos— imaginen lo que hubiera sido con Gálvez.

La oposición tendría que estar preparando desde ya su próxima candidatura, que deberá no solamente tener las mejores credenciales, sino además la experiencia internacional para afrontar escenarios así.

Nuestra incipiente democracia requiere de una oposición seria y responsable, no sólo entreguistas y traidores de lesa patria que piden a gritos una invasión armada.

La guerra se da en las urnas, y se gana con proyectos.

Al tiempo.

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