Descansar también es un acto político: es una conquista del Pueblo

Durante estas fechas, millones de personas en México se desplazan para ver a sus familias, visitar algún rincón del país o simplemente quedarse en casa a descansar. Son días de pausa, pero también de contraste: mientras unas personas vacacionan, otras siguen trabajando en cocinas, carreteras, hospitales o servicios turísticos. La Semana Santa también visibiliza cómo se distribuye –o se concentra– el derecho al descanso en nuestra sociedad.

A veces se olvida, pero descansar es un derecho que costó siglos de lucha. No es un regalo de la patronal ni una concesión del mercado. Es una conquista popular. Las vacaciones pagadas, las jornadas laborales limitadas y los días de descanso obligatorio no nacieron de la buena voluntad empresarial o del patrón, sino de huelgas, represión, organización sindical y presión popular. Incluso el derecho a un día de descanso semanal —el domingo— fue resultado de largas disputas obreras en los siglos XVIII y XIX, cuando en muchos lugares del mundo se trabajaba sin pausa los siete días de la semana. Por eso, el derecho al trabajo y el derecho al descanso no son opuestos, sino dos caras de una misma moneda. Para producir, también hay que reponer la fuerza de producción.

Y, si el descanso es un derecho, la forma en que lo vivimos revela desigualdades profundas. Hoy, para muchas personas trabajadoras, descansar sigue siendo un lujo. El agotamiento crónico no solo es injusto: es una forma de violencia estructural. Lo que hoy conocemos como burnout —esa mezcla de fatiga física, mental y emocional por el exceso de trabajo— y la precariedad generan enfermedad, sufrimiento y muerte silenciosa en millones de personas. El cuerpo se apaga cuando no se le permite recuperar energía, y con él se apaga también la dignidad. Por eso, hablar del derecho al descanso, al buen dormir, a la siesta, al sueño reparador, no es una frivolidad: es hablar de salud pública, de justicia, de derechos humanos. Son ideas que se abren paso en medio de un modelo agotado, y que deben abrazarse desde la izquierda como parte del horizonte de bienestar. Bienestar, vida digna, buen vivir, vivir bien: no son eslóganes vacíos, son consignas políticas que debemos aprender, reproducir y defender con un enfoque de acceso universal.

Por eso, desde una mirada de izquierda, las vacaciones también deben pensarse en clave de justicia social. La Cuarta Transformación ha dado pasos en esa dirección: el aumento de días de vacaciones en 2023 es un logro importante, y lo es también el impulso a proyectos que acercan el desarrollo turístico a comunidades que antes no eran parte estructural de la economía nacional, como el sureste mexicano. Abrir playas públicas, mejorar carreteras, invertir en trenes: todo eso democratiza el acceso al descanso, lo convierte en un derecho y no en un privilegio.

Hoy más que nunca vale la pena recordar que el descanso no es tiempo improductivo. Es el espacio donde se recupera la vida, se fortalece la comunidad y se construye una sociedad más justa.

Defender el derecho a descansar, en condiciones dignas, es también defender el derecho a vivir bien. En eso estamos.

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