Con los recientes hechos mediáticos sobre si preparamos fentanilo en las cocinas de nuestras casas, también surge un tema recurrente sobre el control del narcotráfico, y ese va sobre la despenalización del consumo de drogas. Algunos versados sobre el tema insisten que una de las maneras de poder hacerse de u n mayor control sobre el tráfico de estupefacientes tiene que pasar forzosamente por una despenalización, ya que eso ayudaría a que los consumidores no tuvieran que recurrir al mercado ilegal y sí a uno legalizado.
Parece una propuesta sensata, pero hay algunas cuestiones más de fondo que no se pasan por el cribado del problema de larga data que tiene el consumo de drogas: su uso como un asunto de salud pública y no solo de mercado. Porque la regulación tiene que ver con un mecanismo de control de venta, mas no busca entender las razones que conllevan a consumos desmedidos —como lo vemos en las calles de Estados Unidos con gente sumida en una de las peores crisis de salud que se haya documentado—.
Entonces, el problema no solo se trata de hablar de despenalización como una solución mágica a un problema mucho más complejo. Lo primero para que una población pueda dar ese salto a la despenalización es atender causas no solo de desigualdad, sino de la propia salud mental que existen; además debe entenderse que no todas las sustancias actúan de forma igual y que no todas pueden ser de libre venta (por ejemplo, fentanilo vs. marihuana) y es por eso que la despenalización debe venir acompañada de una estrategia de promoción de la salud para entender el uso de sustancias, las implicaciones que tiene sobre nuestro organismo y, sobre todo, para lograr que las drogas sean vistas de forma realista —no demonizadas ni tampoco glorificadas—.
Asimismo, debemos considerar que la despenalización se ve como una solución a un problema del mercado, pero no al problema contra el que debería estar enfocado: el consumo. Es decir, se busca intentar hacer un control del capitalismo con una argucia leguleya, pero no frenar en realidad los problemas que produce un consumo excesivo de las mismas.
Quizá es momento de replantear esa narrativa simplista que solo replica lugares comunes, pero no va más allá de los problemas reales que enfrentamos. Está bien que tengamos una certeza legal y un marco jurídico que proteja a los consumidores de lo que meten a su cuerpo, pero también es cierto que ese punto por sí solo no busca desmontar toda la complejidad que está detrás del trasiego de drogas.
Si de verdad nos interesa el tema y, sobre todo, hacer un abordaje serio al respecto, debemos tener nuevos horizontes para llegar a un puerto más seguro. Así que, adelante, busquemos la mejor manera de despenalizar el consumo de drogas, pero también emprendamos estrategias más cercanas a lo que implica consumir drogas que es desde luego un tema de salud pública y no uno del desarrollo libre de la personalidad.