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Día de Muertos: honra familiar, patrimonio inmaterial y espectáculo de la Ciudad de México

Desde hace un tiempo, se ha querido hacer ver que los diversos espectáculos referentes al Día de Muertos son una invención de la industria del espectáculo hollywoodense. No hay nada más falso; en una nación pluricultural como lo es México, donde el culto a la muerte tiene un arraigo milenario, es una práctica ineludible la de honrar en el seno familiar y comunitario a quienes ya no están físicamente con nosotros, mediante rituales que conllevan —además— una estrecha relación con la conclusión del ciclo de siembra y cosecha. La comida y decoraciones que engalanan los altares lo demuestran, como fue documentado en la Declaratoria como parte del Patrimonio Oral e Inmaterial de la UNESCO desde 2003. En estas fechas recordamos los dichos del expresidente López Obrador, quien menciona que la cultura indígena es la verdad más íntima y el corazón profundo de México.

En dicha declaratoria se hace patente que esta celebración mana desde la visión de los pueblos indígenas y es parte del sincretismo entre las prácticas indígenas precolombinas y la religión católica; tal cosmovisión nos lleva a la certeza de que la vida y la muerte son planos que convergen y que nuestros antepasados fallecidos, cuales deidades privadas, nos acompañan en esta vida, incluyendo el 1 y 2 de noviembre fecha en que los portales se abren y hay que recibirlos con las mejores galas. En culturas como la mía, la zapoteca, es también la fecha para afianzar las relaciones con los vivos y por ello entregamos pan a los padrinos, en agradecimiento por el acompañamiento espiritual.

Nuestras prácticas también nos llevan hacia la ritualidad de la danza; pienso ahora en el Xantolo huasteco, las muerteadas del Valle Eteco o los Diablos de la Costa Chica, entre otras. Esta última es parte de la diversidad cultural afromexicana, por ello, si revisamos las manifestaciones culturales producidas en los pueblos indígenas, encontramos que la comparsa y fiesta acompañan estos días de celebración a los difuntos. No es de extrañarse que la producción de Spectre en 2015, donde James Bond tiene como misión mostrar un país exótico, encontró en la familiaridad del Pueblo mexicano con la muerte el pretexto para encauzar un desfile con catrinas y calaveras, el cual tiene raíces profundas en un ánimo comunitario. Ahora, pensando a la Ciudad de México como esa gran comunidad cultural, se fueron sentando las bases para ejercer los derechos culturales, por qué no, a través de la reproducción de diversas actividades en la principal avenida del país, honrando a la vida y la muerte.

En la ciudad pluricultural, capital de la República, como lo es la Ciudad de México, convergen la espectacularidad de una producción que recoge los elementos históricos y culturales del crisol de comunidades indígenas que la habitan, mientras en las prácticas culturales comunitarias se refuerza el encuentro entre los vivos y los muertos, así como también entre quienes forman esas comunidades vivas. Finalmente en nuestros hogares el altar estará presente para recordar que hasta que la muerte nos vuelva a unir esperaremos a los nuestros con un mole y pan, el olor a incienso y cempasúchil.

Salgamos a vivir la ciudad y repliquemos las costumbres comunitarias del Día de Muertos. Desde la Secretaría de Pueblos y Barrios Originarios y Comunidades Indígenas Residentes estamos preparando una recopilación y documentación de cómo se viven en los Pueblos y Comunidades estas fiestas; además creemos firmemente que las infancias indígenas son esenciales para la continuidad de estas tradiciones, por ello hemos decidido realizar un concurso de dibujo sobre altares de muertos. Sirva esta columna que nos brinda El Soberano para invitarlos a acrecentar este ejercicio de vida comunitaria.

Finalizo con otra invitación, la de comprar cempasúchil de productores del suelo de conservación de la Ciudad de México, quienes en semanas pasadas vieron comprometida la producción por las lluvias torrenciales, con esta compra fortalecemos las cadenas cortas consumidor-productor y de igual manera mantenemos viva la tradición de siembra de esta simbólica flor.

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