Uno de los elementos que históricamente han sido imprescindibles para ejercer una política exterior digna y activa está relacionado con la política doméstica. Recientemente, la legitimidad interna ha sido propicia para llevar los intereses nacionales al plano internacional y, sobre todo, para asumir un rol no sólo activo, sino de liderazgo en sus encargos institucionales para promover proyectos de largo alcance.
Un ejemplo reciente fue la celebración de la VI Cumbre de la Comunidad de Estados Americanos (CELAC) que debido a la pandemia había estado virtualmente interrumpida, de la cual México ostenta la presidencia pro tempore. La reunión celebrada en nuestro país implicó un despliegue geopolítico en el que se enmarcó un debate de alto nivel sobre la necesidad de estrechar lazos latinoamericanos frente a la hegemonía estadounidense.
Sin que la celebración de la Cumbre de la CELAC significara una posición que pusiera en riesgo la cordial política bilateral México-Estados Unidos, sí reunió a mandatarios que han hecho una política interna y externa antiyanqui, incluyendo al presidente Nicolás Maduro.
La presencia del Presidente Andrés Manuel en la presidencia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas significa otro episodio donde, desde el más alto nivel, México otorga una visión de dignidad diplomática con críticas contundentes a la política de Naciones Unidas frente a la pobreza, pero, sobre todo, asume el liderazgo global y desarrolla una propuesta que podría leerse como una extensión de la estrategia interna, la cual tiene como uno de sus corolarios a los programas sociales.
En continuidad con las propuestas realizadas a Estados Unidos sobre la necesidad de incorporar los programas sociales en Centroamérica, la propuesta global de un Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar como la vía para la seguridad significa un giro a la perspectiva de seguridad internacional, poniendo énfasis en que la vía para alcanzar la paz de las naciones está en el bienestar de sus habitantes.
Ambos sucesos han sido fenómenos muy significativos para la historia de las relaciones exteriores mexicanas, y representan un vuelco notable con el rol pasivo que había tenido nuestro país en los gobiernos recientes, marcados por la ilegitimidad interna que impedía un rol diplomático de dignidad exterior. Representativamente, el Presidente Andrés Manuel fue recibido en la sede de Naciones Unidas con una comunidad migrante feliz de ver a un representante congruente con los principios que pregona al interior, y también al exterior.