La mayor Transformación política de la historia reciente en México es la revalorización y resignificación de la política como actividad. Es una actividad compleja que no puede existir si las personas no actúan en ella; de ahí que se considere como una acción colectiva. No sorprende que, hasta antes de 2018, la política enfrentaba un vaciamiento de ese colectivismo. La sociedad manifestaba su desconfianza hacia los políticos, los partidos, las instituciones electorales y encontraban poco valor en su participación para incidir en los asuntos públicos.
Tras la elección de 2018 y la constante discursiva sobre la necesidad de participar con el Pueblo, se realizó, lo que el politólogo Bernard Crick llamaría “darle vida a la política”, un viraje en la narrativa o discurso político. Pasamos de una etapa en la que poco se valoraba el conocimiento extendido entre la población, hacia un enfoque efectivamente colectivo de la política. Este es un cambio sustantivo que ha tenido consecuencias en las percepciones ciudadanas sobre la política, las instituciones y la confianza ciudadana. Ciertamente el discurso político —siempre— refleja posiciones ideológicas, formas de entender los problemas públicos y sesgos en la selección de los mecanismos, estrategias e instrumentos de política pública para solucionar las problemáticas.
Por eso sostengo que el cambio político radical —a partir de 2018— es discursivo y de acción política. La coalición gobernante logró el llamado a “habitar la política”, una llamada efectiva a la acción colectiva. Mientras que la oposición política siguió reduciendo a la política, desde una perspectiva excluyente, a la puesta en escena de actos políticos para un público expectante que poco se involucra. Si se considera este contexto, el gran cambio político fue agrupar a varios y diversos perfiles en un espacio de incidencia (llámese movimiento social o político devenido en partido político) y definir al poder no sólo como una expresión funcional de esta lógica organizativa sino como el conjunto de intereses que dialogan en torno a finalidades comunes: desarrollo, seguridad, crecimiento económico, etcétera.
Ahora mismo, con el proceso electoral abierto y el cambio en el liderazgo, este diferencial en la narrativa política sigue siendo evidente. Para decirlo simple y llanamente: los discursos políticos, en tanto construcciones sociales, indican lo que representa cada proyecto político. En un espacio, la candidata Sheinbaum reivindica a la revalorización de la política y hace un llamado a las mejores causas a partir del diálogo con actores diversos y el fortalecimiento de la presencia del Estado. En el otro extremo, la candidata de la oposición sostiene una posición —sin evidencia— de recuperar el gobierno y las instituciones (como si las personas supusieran ciertos riesgos) y empoderar a los grupos tradicionales de poder. Esta diferencia es sustantiva porque refleja prenociones de cuál debe ser el papel del gobierno, el Estado y la ciudadanía en la resolución de los problemas públicos.
Es necesario resaltar que las diferencias discursivas son, en realidad, diferencias en la acción. Por ejemplo, en el caso del tema de salud. Mientras Sheinbaum advierte de la necesidad y propone invertir más en la implementación del sistema universal de salud pública. La candidata de la oposición sugiere que ella apostaría por la presencia del sector privado en la provisión del servicio de salud. Es evidente que, ambas respuestas a un mismo problema reflejan diferencias notorias en la acción.
Si la política es movimiento y acción, los discursos políticos son proclamas y razonamientos para motivar la acción política. Por tanto, es relevante hacer evidente que las narrativas políticas generan identidades colectivas que —al final de cuentas— muestran diferencias en la definición de rutas, estrategias y políticas para resolver problemas. Esto ha quedado de manifiesto en el transcurso del proceso electoral, las coaliciones y proyectos políticos responden, incluso inconscientemente a quién representan, qué piensan y cuáles son sus sesgos colectivos. A veces son —como es el caso— proyectos disonantes, semánticamente antónimos.