Dos mundos diferentes para hom

Dos mundos diferentes para hombres y mujeres

Cada dos horas y media una mujer es asesinada en México víctima de un feminicida que le quita la vida por ser mujer. El feminicidio no es igual que homicidio, pero se le oculta bajo el mismo delito para disminuir y disimular cifras de violencia específica contra mujeres por razones de género. Las mujeres mexicanas colmarán las calles este 8 de marzo para continuar la protesta que exige que cesen los feminicidios provocados por el modelo patriarcal. La manifestación más visible será en Ciudad de México y repercutirá en todo el país.  

La violencia extrema se origina en la convenenciera cultura del patriarcado, que se rige por un absurdo planteamiento biológico. Estableció la relación hombre-mujer como entre dominante y dominada. Su concepción determina desigualdad de géneros: el hombre ordena, la mujer obedece. Esta idea parte de que la mujer es concebida como propiedad del hombre. Ella lo aceptó a través de los siglos. Ya no.  

Si se pretendiera explicar la actual opresión basada en cavernas y cacerías –aunque los científicos dicen que también la mujer cazaba– se asume que el estado actual de las cosas se debe a ese antecedente en que ella aguardaba con las crías el alimento. Ambos sexos estaban obligados a cazar por la supervivencia. Hoy no hay cavernas, sino un modelo de familia de trato desigual. 

El mundo evolucionó, hubo una revolución sexual y la mujer –aunque de manera desigual– está inmersa en el mundo laboral. Si bien hay quienes eligen aguardar en casa, más de la mitad saben ir por el sustento sin que su género las detenga. Lo que no significa que en los mismos términos que su contraparte. 
 
El patriarcado eligió al hombre para otorgarle el poder, que es control a través de violencia. No admite ser cuestionado. Esa violencia no siempre es evidente, adopta formas sutiles. Algunas mujeres las detectan, no todas las aceptan, la mayoría se resigna y somete. Ese esquema a ellos sí les resulta cómodo. El sistema patriarcal ha convencido a la mayoría que hay dos mundos distintos: si se refieren a la desigualdad que ellos promovieron, debe acabar.

 El modelo patriarcal asume la rectoría de la familia, la toma de decisiones en casa y en el mundo laboral, el acaparamiento de los altos puestos de trabajo, los mejores sueldos. Al definir el patriarcado el rol de inferioridad de la mujer, su sometimiento al varón se da incluso en casos en los que ella gane su propio sueldo ‒a veces superior‒. Colabore o no con las finanzas del hogar, ella no decide. La deciden.  
 
A la mujer mexicana se le ha excluido del mundo de las ideas; fue situada en el mundo de la servidumbre. No es asunto de clases, sino de cultura. La dañina educación patriarcal permanece vigente porque la mujer y la sociedad‒condicionada para ese esquema‒ la transmiten a la generación que educa. En esa división de roles el sistema patriarcal la reduce a una categoría de servicio doméstico en su propio hogar.  
 
El modelo patriarcal promueve desde la infancia actividades que estimulan el pensamiento de los niños para resolución de problemas. A las niñas les encarga labores específicas domésticas, como el juego de la casita.  Desde la infancia ambos géneros asumen su papel. Si lo dice la familia, la escuela, la iglesia o cualquier institución del modelo patriarcal, se acata. Ellas deben servir a los varones ‒contentos y exentos‒ y conformarse con la idea de que las mantienen.  
 
Al feminicidio lo antecede violencia doméstica contra niñas y mujeres. Si se permite una vez, no hay garantía de que no terminará en feminicidio. El primer caso en México fue descubierto en 1993 pero no significa que no ocurriera antes. La patriarcal Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) se tardó nada más veintiséis años ‒hasta julio de 2019‒ para clasificarlo como «feminicidio» y determinar que todos los casos tendrán que investigarse con perspectiva de género.  
 
No se ha comprendido el grito de reclamo de cada 8 de marzo para poner fin al atropello patriarcal que termina cegando diez vidas de niñas y mujeres, en promedio, al día. Aunque en 2020, fueron asesinadas 3 mil 723 mujeres y niñas, no se determinó cuántos fueron feminicidios; es decir, violencia de género.  

Existe un ánimo de impotencia, pues la perspectiva de género avalada dos años atrás por la SCJN no se respeta en su propio terreno. Los feminicidios no deben tratarse como un homicidio más. Ya se ha encargado el machismo mexicano de justificar el desacato. 
 
Cada institución debería ir por su parte de responsabilidad al mantener el modelo patriarcal. Sería de utilidad que la familia deje de catalogar a mujeres y niñas como servidumbre. Que la iglesia renunciara a promover la desigualdad al insistir en que el hombre es la cabeza de familia, que la mujer sirve para procrear y no tiene derecho a decidir nada, y dejar de entrometerse hasta en su cuerpo. La escuela debe dar el mismo valor a niñas y niños en el aprendizaje y en el trato; ellas no son menos inteligentes. El Estado tendría que promover políticas públicas que sitúen a niñas y mujeres con el mismo valor y privilegios. El poder judicial debería obligarse a capacitar a servidores públicos para que los jueces patriarcales dejen de liberar feminicidas porque están de su lado. Los medios comprometerse a dejar de usar la imagen de las mujeres como objeto sexual.
 
Esta violencia debe ser erradicada. La desigualdad no es normal y es la que avala a potenciales feminicidas para acabar con la vida de niñas y mujeres en todas las formas de violencia y con la peor crueldad. La sumisión no es una alternativa. Si el patriarcado se mantiene, los feminicidios no van a parar. 

La marcha del 8 de marzo es relevante. La protesta de las mujeres mexicanas puede reeducar a la sociedad para poner fin a esta violencia estructural y sistemática contra mujeres y niñas causada por una equivocada educación que festeja la desigualdad. La protesta vuelve visible al patriarcado que no quiere que se vean sus muertas. Es nuestra decisión apoyarlas.

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