Como decía Jauretche, “Ignoran que la multitud no odia, odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor”. El fin de semana vimos en la Ciudad de México que este axioma resonó con fuerza, donde una concentración disfrazada de activismo ciudadano reveló en realidad su naturaleza elitista. Encabezados por figuras rancias como Lorenzo Córdova, y una serie de políticos “camuflados” entre la gente que implícitamente buscan regresar y preservar un gobierno que ha beneficiado a una minoría, y que está molesta, rencorosa, por haber perdido privilegios; además sabedores que perderán más y más.
«Minorías rapaces», en palabras del Presidente, y además engañosas, que han distorsionado el concepto de ciudadanía y democracia para muchos sus defensores y algunos incautos. Aquellos que se beneficiaron de la evasión fiscal, los implicados en esquemas de facturación falsa, los que adquirían combustible «huachicoleado» para sus empresas, los aquellos enriquecidos por contratos de obra pública sobrevalorados; ahora se presentan como defensores de las instituciones ‘ciudadanas’. En este evento, no solo defendían un sistema que les favorecía, sino que también intentan preservar un modelo de ‘ciudadanía’ exclusiva y excluyente, esa que no sabe quién es el Pueblo.
Su orador principal, Lorenzo Córdova, se convierte en el emblema de aquello que puso al ûeblo “hasta la madre”: clasismo, elitismo, descaro, privilegios, corrupción y desdén hacia la gente. Lorenzo personifica precisamente esos valores, reflejando fielmente la postura de la oposición, que, sin sorpresa alguna, lo elige su portavoz en ausencia de verdaderas figuras de integridad moral.
Recordemos a un Lorenzo Córdova, con estilo de «junior» mientras se burlaba en una llamada telefónica con su cómplice, Edmundo Jacobo. «Yo, gran jefe Toro Sentado, líder de gran nación chichimeca. No, no, no. Está de pánico»; así se mofaba, exhibiendo un desdén y una arrogancia que destilaban clasismo y racismo contra los indígenas con los que se reunió en 2014 allá en Guanajuato.
Esa figura, idolatrada por los «aspiracionistas», no dudó en defender el régimen manchado por escándalos como el caso Monex durante las elecciones de 2012. Sumiso ante las estructuras de poder y rodeado de privilegios, Córdova se favoreció con millones de pesos en fideicomisos opacos. Esta misma figura, marcada por la sumisión y el beneficio propio, fue quien encabezó la puesta en escena.
Además, se evidencia cómo el concepto de «sociedad civil» ha sido cooptado y manipulado por los privilegiados. Las organizaciones, que debían ser espacios de participación y defensa de derechos para todos, terminaron siendo bastiones de una élite que las utiliza como vehículos para sus intereses, golpeteo político y maniobra mediática.
Como lo definió Gramsci sobre la hegemonía cultural y el papel del lenguaje en la construcción de la realidad social, la élite ha monopolizado el término «ciudadano» y, efectivamente, lo transformó en un concepto exclusivo y ajeno a las masas populares, algo reservado para unos pocos privilegiados. Este proceso no solo excluye a gran parte de la población de la identidad de «ciudadano», sino que también impregna el término con valores individualista, contrastando con la noción más colectiva y solidaria que encierra la palabra «Pueblo».
Se nos normalizó que estos, como los que acompañaron la concentración del fin de semana, son capaces de definir quién es «ciudadano» y quién no, como una estrategia de división y exclusión, y que fue fundamental para mantener su status quo y evitar que se cuestione la legitimidad de actos de corrupción.
Por ello, la Cuarta Transformación ha reivindicado el lenguaje del Pueblo, pues una de sus máximas es «con el Pueblo todo » y se busca recuperar el sentido colectivo, lejos de las marchas de odio y rencor de las élites, resentidas por la pérdida de sus privilegios.
Se quejan de opresión aquellos que antaño disfrutaron de un acceso desmedido al poder y a la voz pública. Sin embargo, hoy día, la realidad mexicana se pinta con los matices de una libertad nunca vista. Resulta imposible olvidar la valentía de aquel obrero que, en medio de una de las tantas manifestaciones de los «fifís», alzó su voz para recordarles que el verdadero poder reside en las manos del Pueblo. Este obrero, con su simple pero poderoso acto, simboliza el cambio de guardia en la narrativa nacional: el Pueblo ya no es un mero espectador, sino el nuevo protagonista de su propia historia. Y este Pueblo, ya decidió.