Después de la marcha del 8 de marzo, en CDMX (sobre todo) y en algunas otras ciudades del interior del país, a través de las diferentes redes sociales, se manifiestan personas, (en su mayoría hombres, pero también algunas mujeres) sintiéndose agredidas por los muros pintados, por las estatuas manchadas, por “los vándalos” (obvio no lo dicen en lenguaje incluyente, por lo menos tendrían que decir vándalas) diciendo que así no son las maneras, que la violencia con violencia no se justifica (por cierto comparando a mujeres violadas, torturadas y asesinadas con paredes pintadas)… Magníficas paredes, como les duelen más que las niñas atormentadas por pederastas.
El control social que la cultura patriarcal ejerce sobre las mujeres incluye el buen comportamiento. Hay que recordar que estamos para los otros, no para nosotras, así que, desde la vestimenta hasta la risa y el comportamiento en los lugares públicos están profundamente cuestionados. No podría faltar, por supuesto, la irreverencia de salir a marchar, y lo que es peor —¡qué horror!, mire usted— pintar los muros, las estatuas, ¡¡¡en las calles!!! Estos juicios se emiten sin comprender que, en primer lugar, las pintas han sido una forma de evidenciar las protestas desde mediados del siglo pasado (por la matanza del 2 de octubre) y, en segundo lugar, que el movimiento feminista ha posicionado las pintas como una expresión de resistencia, al enfrentarse a las críticas por la forma de protesta. Las pintas son expresiones de resistencia que evidencia la violencia machista y, en el caso de la inconformidad (que no debate, porque los anti pintas no quieren discutir, más bien imponer su indignación) evidencia el juicio social sobre el comportamiento público de las mujeres.
¿Por qué tanta rabia contra las mujeres que pintan las paredes? Lo más seguro es que las personas anti pintas no lo sepan, pero están sosteniendo el sistema patriarcal con el linchamiento público. Con el juicio moral de lo bueno y malo que tenemos que hacer las mujeres, están sosteniendo siglos de sometimiento; por supuesto que no quiero decir que salgan a pintar o a aplaudir a las que pintan, sino que intenten no ser cómplices del linchamiento mediático que persiste en la sujeción de las mujeres a los roles y estereotipos tradicionales. Por último, las pintas feministas no son solo una legítima expresión de resistencia contra la violencia machista, sino también una poderosa e innovadora herramienta de comunicación para difundir las demandas y denuncias de mujeres. Las paredes se vuelven a pintar, en tanto que las mujeres arriesgan su integridad al denunciar.