La violencia es un mal que aqueja a la sociedad de nuestro país; según el Instituto Mexicano de la Juventud (IMJUVE), en México 7 de cada 10 jóvenes de entre 15 y 24 años sufre violencia psicológica, física o sexual. De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), nuestro ocupa el primer lugar internacional de casos de bullying en educación básica, afectando a casi 19 millones de alumnos de primaria y secundaria. Además, está comprobado que no poder lidiar con situaciones de conflicto es uno de los factores más grandes de fracaso y abandono escolar. Ante lo anterior, la educación para la paz emerge como un ámbito de acción determinante para la transformación de una sociedad que está altamente herida por la violencia, por lo que resulta imperativo tener claro que es, a través de la educación, como las sociedades han ido construyendo lo que ahora son y que están ahora mismo gestando lo que quieren ser… y ese es el potencial de la educación para la paz. Un buen principio —y el básico— es comprender que educar para la paz significa enseñar que la violencia no debería existir e implica impulsar el desarrollo de habilidades que nos permitan convivir de forma pacífica y vivir sin violencia.
Debemos ser conscientes: de forma desafortunada y lastimera, los medios de comunicación y redes sociales reflejan un escenario de violencia… Los estudios diagnósticos, notas periodísticas cotidianas y redes sociales diversas, exponen la violencia cada día a mayor escala, en el contexto familiar, escolar y social del país. Niñas, niños y adolescentes son los más vulnerables, y la violencia —lamentablemente— ha llegado a influir de forma decisiva en conformar su personalidad. Ante este poco favorable escenario, Amstutz aportó que: “En las relaciones humanas, el conflicto es inevitable y necesario para cuestionarse y crecer, pero la pelea y la violencia son evitables”, y por ello, la preparación para “aprender a convivir” se ha convertido en una tarea pedagógica de primer orden en los sistemas educativos innovadores.
En ese contexto, toma especial importancia la educación para la paz como una aportación que podemos hacer desde las escuelas, desde los hogares, teniendo claro que especialistas han aportado que la paz anuncia la ausencia de guerra. Ahora bien, educar para la paz no es solamente ser pacifista, sino actuar como auténtico y ético defensor/a de los derechos humanos; es educar para una ciudadanía global capaz de contribuir a transformar la eterna cultura de confrontación que ha caracterizado las relaciones humanas, en una cultura de paz.
Es importante citar que la educación para la paz es una alternativa para corregir y prevenir la violencia, especialmente desde la escuela, por el papel que esta puede desempeñar al contar con los espacios, tiempos y medios para ejercer influencias coordinadas en los principales sujetos sociales que intervienen en la educación de las nuevas generaciones, particularmente el personal docente, las familias y la comunidad. Sin duda, es necesario tener presente que, en el contexto educativo oficial, la violencia está altamente influenciada por factores de disparidad económica y social, así como que las formas de violencia tienen móviles muy variados: se construyen en el hogar, en la institución educativa, dentro de los salones de clases, en el barrio y en los clubes deportivos o sociales, por lo que, en palabras de Cascón, “el reto es resolver los conflictos de una manera constructiva, no violenta, lo cual implica entender qué es el conflicto, conocer sus componentes y desarrollar actitudes y estrategias para resolverlo”.
La educación contribuye a la concienciación de todas y todos en la construcción de un mundo mejor, un mundo más justo y más humano, que permite que todos los individuos tengan la misma oportunidad de desarrollar plenamente sus facultades en el seno de una sociedad democrática, libre, justa, responsable y en paz. Sin duda, una educación inspirada en una cultura de no violencia y paz permite a niñas, niños y adolescentes adquirir conocimientos, actitudes y competencias que refuercen su desarrollo como ciudadanos/as globales críticos y comprometidos/as con sus derechos y los de otras personas. Debemos recordar que la escuela es un reflejo de una sociedad con la que comparte características, pero en ella también se educa para la vida y se busca desarrollar en las y los alumnos las capacidades y competencias necesarias para una participación social activa. Por todo lo anterior, hace falta, de forma imperativa, asumir la educación desde y para la paz, como un precepto indispensable para formar las y los ciudadanos que forjen la sociedad que todas y todos queremos y merecemos.