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El abogado mustio y abatido

Hay una característica muy compartida por la casta neoliberal —tanto de la vieja guardia como de sus aspirantes más jóvenes—: su método de deliberación incluye un grado de certeza discursiva que resulta ofensiva frente a cualquier análisis de buena fe.

Muchos y muchas se asumen demócratas; algunas incluso se nombran con apellido: demócratas constitucionalistas. Lo cierto es que de demócratas en el sentido más sensato del término tienen poco, y lo saben. Habría que hablar, más bien, de un sector social mustio y procedimentalista: defensores de una deslavada democracia sin demos que se ven ofendidos y ofendidas a la primera que el Pueblo decide desafiar el entendimiento —y pretendida importancia— de los algoritmos en los que han tenido a bien depositar el espíritu de la nación. Son, qué duda cabe, paladines de la verdad; y están dispuestos y dispuestas a defenderla con toda la fuerza de sus cotos mediáticos y de su bienhabida reputación. 

Esta gente merece ser denunciada como los farsantes que son. Lejos de abonar a una discusión política —e incluso, jurídica— honesta intelectualmente, en la que se reconocen los sesgos personales y, sobre todo, las posiciones desde las que se emiten opiniones, estos sujetos insisten en el método de una hegemonía que está viendo sus últimos días: el de hacer pasar posturas por consideraciones exclusivamente técnicas; y por tanto, el de revestir opiniones (inteligentes en un par de ocasiones) por Verdad Revelada. Asumen que tienen el monopolio de la verdad y desde ahí, tecnócratas como son, predican su derecho a gobernar.

Lo que los tiene tan molestos con este gobierno es, justamente, el rechazo que el mismo hace de su aspiracional derecho a gobernar «por saber». Creyeron que por el bien de todos y de todas primero irían las y los pobres de México, siempre que así lo determinaran sus gráficas y estudios; siempre que el régimen les concediera su rol de vanguardia intelectual, que se han ganado con tanto «trabajo» (por llamarle de algún modo a su zalamería institucionalizada). 

Hay sorprendidos, pero no sorpresas: este nuevo régimen es técnico, pero también popular. Y por tanto tiene claro que no hay técnica que valga por sí misma. Al contrario: la técnica va siempre al servicio de la Patria, y nunca la Patria al servicio de la técnica.  

Los invitaría a participar de la democracia verdaderamente y buscar convencer a las personas de sus posturas, pero mejor fuera máscaras: ya sabemos que sólo sus aulas y foros los merecen, y que consideran que a las calles sólo salen los sintítulo. 

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