Dentro del proceso electoral, hemos sido testigos de la diversidad de candidatas y candidatos que emergen desde los partidos políticos, veteranos en la vida pública hasta jóvenes dispuestos a asumir el relevo generacional, pasando también por artistas, influencers, creadores de contenido, deportistas, etc. Esta pluralidad de personalidades refleja la riqueza y la complejidad de nuestra democracia, donde el poder debe nacer genuinamente del Pueblo, por el Pueblo y para el Pueblo.
Sin embargo, en medio de este panorama político, resulta fundamental profundizar en el análisis. A lo largo de estos tiempos electorales, no podemos ignorar el clasismo arraigado en ciertos sectores conservadores. Persisten estereotipos de la vieja política: formas exclusivas de vestir y hablar, una perpetuación del poder dentro de círculos familiares o sociales, una esfera pública dominada por las élites.
Es cierto que la preparación académica es un aspecto importante para quienes aspiran a cargos públicos. Sin embargo, ¿cuántos casos hemos presenciado de individuos con títulos universitarios y posgrados implicados en casos de corrupción, lavado de dinero o crimen organizado? No se trata de minimizar la importancia de la educación y el conocimiento, pero ¿debemos limitarnos únicamente a eso al evaluar los perfiles políticos?
Desde 2018, experimentamos una alternancia política y un cambio en la representatividad en los espacios de toma de decisiones, alimentado por una población cada vez más politizada. Sin embargo, es indispensable distinguir entre aquellos que buscan el poder mediante la fama y la popularidad, protegiendo únicamente sus intereses, y aquellos que, aunque carezcan de ciertos títulos académicos, poseen la autenticidad y la capacidad para abordar, gestionar, resolver los problemas y ser la voz de los sectores a los que representan.
Es necesario tener un profundo entendimiento de las problemáticas y necesidades de la población a la que se sirven. La verdadera distinción no radica en los diplomas colgados en la pared, sino en la habilidad y el compromiso para liderar con integridad y empatía, con honestidad, responsabilidad y lealtad.
Es importante que nosotras y nosotros como electores no nos dejemos llevar únicamente por las apariencias, un marketing bonito o la retórica vacía, sino que examinemos cuidadosamente el carácter y la trayectoria de quienes aspiran a representarnos. La democracia exige más que la mera acumulación de títulos académicos; exige autenticidad, empatía y una verdadera vocación de servicio público que les permita buscar el bienestar del Pueblo.
Todas y todos tenemos derecho a acceder a estos espacios de poder, ya sea a través de la elección popular o directamente, por la vía plurinominal. Esto no tiene nada de malo, ni tampoco se debe de mirar con extrañeza, pues debemos recordar el significado de vivir en un país democrático, pero lo más importante es reconocer que ser servidor o servidora pública requiere una preparación que trascienda lo meramente académico.