México ha estado de fiesta en los últimos veinte años. Después de un periodo de tiempo prolongado en donde prevaleció un sistema político autoritario, antidemocrático y represor, llegó por fin la alternancia de partidos en el gobierno de la República. En el año 2000, el Partido oficial perdía las elecciones presidenciales y llegaba a Los Pinos un gerente reconocido en el ámbito empresarial. El Partido Acción Nacional inauguraba el nuevo milenio haciéndose del poder y, desde su visión, ameritaba una gran celebración.
Para el nuevo grupo en el poder -acostumbrado a los lujos, a los jets privados, a los hoteles de cinco estrellas, a los vinos de mesa importados, etcétera- se debía gobernar a México con elegancia, con porte, con estilo. Vaya, como en los mejores lugares de Europa occidental o de los Estados Unidos.
La alternancia y la fiesta democrática implicaban limpiar y decorar la casa, o mejor dicho, la Residencia Oficial de Los Pinos. Y se pusieron manos a la obra. Primero se remodeló el hogar de los nuevos inquilinos, se sustituyeron o se adquirieron nuevos cuadros, nuevos muebles –de caoba con acabados en baño de oro- y se amplió la Residencia para tener una cabaña de descanso, como en el antiguo rancho de Guanajuato.
Después vinieron los detalles y las minucias, propias de una familia de abolengo, de alcurnia, de la familia que iba a gobernar a un país caótico y que lo tenía que sacar del subdesarrollo, como se levanta a una empresa en quiebra. Además existían las condiciones, pues la partida secreta era una chequera abierta para los nuevos ocupantes. Se inició con la compra de sábanas de seda de 35 mil pesos, con el cambio de cortinas a control remoto con un costo de 170 mil pesos cada una y con toallas de baño de 4 mil 35 pesos cada una.
La familia presidencial tenía para eso y para muchas cosas más, pues el precio internacional del petróleo estaba por arriba de los cien dólares por cada barril de crudo. Había dinero suficiente para prolongar la fiesta del poder.
Ya para el 2006, una vez aplastado el movimiento social que encabezaba Andrés Manuel López Obrador, ya consumado el gran fraude electoral de ese año, llegaban nuevas razones para que la clase política siguiera celebrando. Se habían quitado del camino a un líder popular que amenazaba con acabar con sus derroches y sus privilegios.
En el sexenio de Felipe Calderón siguió la borrachera del poder, y ante la evidente falta de legitimidad, el ocupante de Los Pinos le declaró la guerra al narcotráfico, sin estrategia ni planeación, generando con ello un baño de sangre nunca antes visto en el país. Asesinatos, desaparecidos, descabezados, ejecuciones extrajudiciales, tortura, etcétera, fueron las prácticas del día a día, que todavía hoy padecemos. Se convirtió al país en un cementerio.
Vino otra vez la cita con las urnas y el viejo partido autoritario presentó a un joven candidato a la Presidencia de la República. Joven, guapo, novio de una famosa actriz de telenovelas, en síntesis, una verdadera estrella de la televisión. Cansado el electorado de dos sexenios de la alternancia lleno de derroches, lujos y frivolidad, y además con altos índices de violencia, optó por el político joven, por el nuevo PRI. Y esta historia ya nos suena más familiar.
Para quedar bien, Felipe Calderón mandó a comprar un avión para el siguiente residente de Los Pinos, que en ese entonces ya era Presidente electo de México. Pero no podía ser cualquier avión, tenía que ser único, que despertara la envidia de todos. Y el palacio del aire fue mandado a hacer al gusto de los clientes.
El avión presidencial cuenta con una oficina ejecutiva y una sala de juntas por si decide viajar todo el gabinete legal y ampliado, tiene una cama king-size con una máquina de masajes, una regadera y una caminadora. Tiene además un comedor ejecutivo con utensilios de porcelana de alto valor, con cucharas, tenedores y cuchillos de plata, con dos cocinas integrales para elaborar varios platillos exquisitos de manera simultánea.
El avión presidencial cuenta con asientos de piel cómodos para satisfacción de sus ocupantes. Cada uno de sus ochenta asientos tiene una pantalla digital de alta resolución para ver películas o videos mientras se realiza un viaje a Londres, a Dubái o a Buenos Aires, y si algún alto funcionario lo necesitara, también se cuenta con un teléfono satelital e internet ilimitado y de alta velocidad. Está acondicionado con un espacio de esparcimiento y con dos baños de lujo.
El presidente saliente congraciándose con el presidente entrante. El presidente entrante muy satisfecho con el pequeño regalo del presidente saliente. Todo en orden, hasta en los más mínimos detalles. Era el regreso del nuevo PRI y la fiesta del poder estrenaba un magnífico y lujoso avión presidencial. México y su clase política estaban de fiesta y lo celebraban en grande.
Hoy esa fiesta terminó.
Ante el mar de desigualdad social, ante la pobreza extrema en que viven millones de familias mexicanas que solamente comen una vez al día, ante tantas carencias que prevalecen en el sector salud –clínicas y hospitales abandonados, aparatos de rayos X inservibles, camas para los enfermos viejas y rotas, instrumentos médicos obsoletos y falta de medicinas- el Presidente López Obrador ha mandado un mensaje contundente: la fiesta, el dispendio, los lujos y el derroche de los de arriba se acabó.
Si se rifara, si se vendiera a un multimillonario, si se rentara o incluso si se regalara a quien sea, ese avión presidencial nunca más debe existir. El avión presidencial representa el insulto de los políticos de arriba al pueblo empobrecido, representa al régimen corrupto que nunca más debe gobernar, representa el derroche y la soberbia en uno de los países más desiguales del mundo, como es el nuestro.
Hoy, el Presidente Andrés Manuel López Obrador, ha vuelto a colocar un tema fundamental en la agenda pública del país y la derecha y sus voceros han vuelto a caer y a perder la brújula. Defienden el avión presidencial porque defienden y añoran sus exquisiteces y el dinero mal habido, porque están derrotados moralmente, porque no conciben que exista un gobierno del pueblo y para el pueblo.
Alberto Vanegas Arenas.Licenciado en Sociología por la UNAM. Titular del Instituto de Investigaciones Legislativas del Congreso de la Ciudad de México.
@Alberto_Vanegas