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El espejo de Siria: Libia a la deriva

El expresidente Bashar Al-Ásad era uno de los líderes que logró sobrevivir a la “Primavera Árabe” que surgió en 2011, la cual provocó el derrocamiento de los gobiernos de Muamar el Gadafi (Libia), Ali Adbullah Saleh (Yemen) y Hosni Mubarak (Egipto).

Estos gobiernos tenían en común que duraron más de 20 años en el poder. En el caso de Siria, perteneciente a la Liga árabe, fue gobernada por la dinastía de los Al-Ásad durante 54 años, el primero fue Hafez Al-Ásad en 1971 y su hijo Bashar Al-Ásad a partir del año 2000.

Al-Ásad logró sobrevivir por la intervención de Rusia a la guerra civil que vivió el país árabe en 2012. Sin embargo, de acuerdo con diversos medios de comunicación sirios, el Gobierno de Bashar fue derrocado por grupos terroristas, quienes lograron tomar la Capital de Siria, Damasco, el pasado 8 de diciembre.

Luego de 12 días de ofensiva de los “rebeldes” —así llamados por la prensa internacional— lidereados por Muhammad Al-Golani, quien formó parte del grupo terrorista de Al Qaeda y fundador de esa organización en Siria.

Incluso Estados Unidos ofrecía una recompensa de 10 millones de dólares por la captura de Al-Golani, no obstante, en días recientes lo vimos dando una entrevista al medio estadounidense CNN, en donde lo presentaron como una persona “moderada” y “plural”.

La caída de Al-Ásad en Siria cambiará el juego en el tablero geopolítico en Medio Oriente, ya que los ganadores son Turquía (miembro de la OTAN) e Israel, y el perdedor es Irán.

Por cierto, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, apareció, al día siguiente del derrocamiento de Al-Ásad, en los Altos del Golán para atribuirse el mérito de colapso del gobierno sirio.

La guerra mediática occidental, sobre todo estadounidense, no faltó en el proceso derrocamiento contra Assad como lo hicieron en Libia antes de que asesinaran a Muamar el Gadafi.

Recordemos cómo fue el caso de Libia: en 2011 se originaron manifestaciones en el país africano, las cuales fueron inspiradas por la “Primavera Árabe” en Túnez y Egipto, que terminaron en el arresto de activistas de derechos humanos libios.

Los medios de comunicación occidentales comenzaron con la narrativa de que en Libia se violaban los derechos humanos, en cambio, en una entrevista en RT, Gadafi aseguró que la situación difiere de los sucedido en los otros países árabes, dado que señaló que el pueblo libio estaba pidiendo que “el gobierno revolucionario” se quede en el poder y realice la voluntad de la nación. Las protestas violentas venían, de acuerdo al coronel (un personaje con claroscuros), por parte de Al Qaeda.

Posteriormente, los yihadistas de Al Qaeda comenzaron a tomar áreas estratégicas como Bengasi, en donde el 80 por ciento de los hidrocarburos se encuentran en esa región. Otra zona controlada por ellos fue el puerto de Tobruk, el cual conecta al importante yacimiento de Sarir que tiene una capacidad de producción de unos 209 mil barriles diarios.

Por ello, la OTAN intervino en el conflicto de Libia, durante el gobierno del presidente Barack Obama, quien influyó para que las fuerzas del “Consejo Nacional de Transición” lograran tomar el control de Trípoli (capital de Libia).

Dicho Consejo invadió las defensas leales de Gadafi, quien intentó huir a su último bastión, Sirte. Mientras que Gadafi estaba en busca de un vehículo para escapar, fue capturado y luego torturado.

Incluso la entonces secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, celebró la muerte de Gadafi con la frase: “¡Venimos, vimos, murió!”, quien por cierto visitó a Libia días antes del asesinato del coronel.

Años después, los terroristas tomaron el control de puntos estratégicos del país, el cual se fragmentó en tres “gobiernos” y, al mismo tiempo, se agudizó la violencia que provocó caravanas inmigrantes que huyeron por la inseguridad, así como por la carencia de servicios básicos y la agudización del mercado de esclavos.

Antes de ser asesinado, Gadafi advirtió que los extremistas explotarían este levantamiento en su contra y que su nación sería desmembrada, el tiempo le dio la razón.

Algo que cambia en el caso de Siria, es que el expresidente Bashar Al-Ásad no fue asesinado, pues el ministerio de exteriores de Rusia detalló que el exmandatario sirio decidió abandonar el país.

Y todo parece indicar que el país se convierta en Libia 2.0, pues Siria será gobernada por los mismos grupos terroristas radicales que tumbaron a Gadafi.

La caída de la dinastía Al-Ásad marcará un nuevo reacomodo geográfico y de fuerzas en el Medio Oriente ante un Israel que quiere seguir expandiendo su territorio.

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