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El miedo es producto de su clasismo

Margarita Zavala, una de las voces con mayor reflector dentro de la derecha mexicana, expresó que tiene como objetivo presentar una propuesta a nivel constitucional para redimensionar el uso de la palabra «pueblo» en nuestro lenguaje político y social. Zavala comparte su experiencia personal de sentirse marginada por este término, resaltando una cuestión que va más allá de la semántica para tocar fibras sensibles de identidad y pertenencia.

Este planteamiento despierta inquietudes profundas y pone al descubierto las capas de clasismo que existen en nuestra sociedad. Al poner en cuestión el término «pueblo», se abona al terreno de una visión elitista de la comunidad, en la que solo unos pocos elegidos parecen tener derecho a la voz y al voto. Este acto no solo revela una falta de empatía alarmante, sino que también ignora las luchas y exclusiones que han marcado la historia de amplios sectores de nuestra población en los ámbitos políticos y sociales.

A diferencia del término “ciudadanía”, que significa “persona que es miembro activo del Estado”, teniendo connotaciones de pertenencia y de privilegio, representa una serie de requisitos y distinciones, como derechos políticos y sociales, a los cuales muchas personas no tienen acceso.

Sin embargo, la palabra «pueblo» porta en sí misma un significado mucho más amplio y rico. Cuando la invocamos, estamos extendiendo una mano a aquellos sectores que han sido relegados y heridos a lo largo de la historia por estructuras de poder obsoletas. Esta palabra se transforma en un puente hacia la inclusión, buscando dar visibilidad y voz a demandas y descontentos largamente silenciados.

«Pueblo» no es meramente un término; es un símbolo potente de unión y solidaridad que atraviesa todas las capas que puedan existir en el universo social. Nos recuerda que formamos parte de una comunidad heterogénea y dinámica, donde cada persona, sin importar su procedencia o situación, tiene un espacio y una voz que merecen ser reconocidos y escuchados.

La resistencia para identificarse con el «pueblo» por parte de algunos sectores revela un temor profundo, nacido de la semilla elitista y clasista que ellos mismos han sembrado. Este miedo no es más que el reflejo de un desdén hacia aquellos a quienes, por años, han marginado y desplazado, mostrando una clara resistencia a aceptar una sociedad más inclusiva y equitativa.

Así, el debate en torno al término «pueblo» se convierte en un llamado apasionado y urgente por reconocer y valorar la diversidad y la riqueza humana de nuestra sociedad. Es un recordatorio de que la empatía, la solidaridad y el respeto por las voces de todos, especialmente de aquellos que han sido históricamente ignorados, son fundamentales para construir una comunidad verdaderamente inclusiva y justa.

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