Bajo el regazo del jaguar es acogida una figura inadmisible, de turbio pasado, una cría de lo más oscuro del calderonato, bebiendo del seno de quien debiera chorrear al obrero y al campesino, pero niega tal calostro para fortalecer al cachorro, que (como un cerbero) augura la destrucción. ¿De qué? Usted preguntará; de un movimiento.
Jorge Luis Lavalle es una de estas figuras que, ungidas por las manos más poderosas del movimiento de la Cuarta Transformación, rescatada del abismo de la intrascendencia y traída de nuevo al servicio público, agrían el espíritu que viste al segundo piso con su paso por la justicia mexicana, la cual lo procesó por aceptar y recibir sobornos para convencer a sus colegisladores de Acción Nacional para aprobar la reforma Energética de Enrique Peña Nieto (Odebrecht, pues).
El mismo que, bajo su despacho de abogados, recibió 14 millones de pesos del erario de Tamaulipas, para defender al hoy prófugo de la justicia Francisco Javier García Cabeza de Vaca (ese exgobernador que tanto dolor nos causó a los tamaulipecos) por el delito de delincuencia organizada.
Venga pues, el que está relacionado a los también sobornos expuestos por la Presidenta Claudia Sheinbaum y Octavio Romero Oropeza sobre el caso INFONAVIT, donde con aviones privados, comidas en restaurantes de lujo y viajes todo pagado y con las mayores amenidades, pagadas claro, del dinero de las y los trabajadores mexicanos, tejían sus redes de corrupción y tráfico de influencias.
Más que destapado está el nido de ratas.
Sin embargo, la mano santa de Sansores le abre a Lavalle las puertas de par en par de los dineros de Campeche, permitiéndole, nuevamente, relacionarse con toda clase de empresarios, inversores y figuras monetariamente relevantes y desplazarse por dondequiera (claro, hasta donde su brazalete de localización le permita).
El “niño” de Layda es la prueba de que, hasta en los más benignos movimientos, se imponen las relaciones e influencias sobre el trabajo desde abajo, con la gente, la militancia legítima y una reputación intachable.
Qué carajos.