México vive un momento de profundas transformaciones que, como las demás etapas definitorias de nuestro pasado, supone giros contundentes en la manera de concebir la acción política y atender las demandas sociales. El actual proceso de transformación se abrió camino encabezando el hartazgo por el rumbo que tomaba el desarrollo del país, la desigualdad socioeconómica, la falta de oportunidades y la extendida corrupción. En un momento de quiebre para el neoliberalismo de las últimas tres décadas se gestó un movimiento de regeneración que, como todos los de su índole, terminó por tener adeptos y detractores.
Como suele suceder, las voces opositoras han encontrado eco en la prensa y los medios de comunicación donde, por otra parte, es indispensable para el ejercicio democrático que exista un foro de debate plural. La polémica en los medios también ha estado presente en el pasado, con cada revolución, reforma y lucha social. Siempre han sido fundamentales el trabajo periodístico de calidad, los reportajes de investigación, la crítica aguda e incluso la sátira como canales de información y mecanismos de diálogo entre facciones políticas.
Desafortunadamente, con tanta o más frecuencia que el periodismo responsable, ha existido prensa entregada a la difamación y el sensacionalismo. No sorprende leer, sobre todo en la coyuntura, opiniones que prefieren la emoción a la razón; que abandonan su vocación de informar por servir al interés del mejor postor, dispuestas a mercar el desprestigio de cualquier figura, partido o institución, con tal de ensalzar el propio nombre o engordar el bolsillo. De este tipo de oportunismo fantoche está repleta la prensa que consumimos.
Incluso los personajes que encabezaron las grandes revoluciones de México padecieron una prensa de mentiras y diatribas. Emiliano Zapata es recordado como el principal dirigente de los pueblos campesinos del país, cuyo movimiento consiguió la principal conquista revolucionaria: el reparto de tierras a los pueblos y trabajadores del campo. No obstante, Zapata sufrió en su tiempo una ridiculización sistemática de parte de la prensa. Numerosos periódicos y revistas, a veces directamente ligados a los terratenientes morelenses, denigraron sus propuestas, caracterizándolo como bandolero sanguinario, el peor de los criminales, el “Atila del sur”, y representándolo con los pies sobre la prensa, cráneos y poblados incendiados. La revista Ypiranga (nombre del barco en el que Porfirio Díaz zarpó del país) lo retrató como un ogro gigantesco y primitivo.
Por su parte, la satírica Multicolor, de sesgado corte antimaderista, fue tal vez la más aguerrida. Deshonró repetidamente al dirigente de la revolución campesina, pintándolo como el jefe de una tribu caníbal que destazaba a machetazos a los potentados para luego devorarlos. Multicolor sobrevivió gracias a hacendados de la oligarquía yucateca y del centro del país, que fueron territorios donde el zapatismo estuvo profundamente arraigado. Su principal financiero fue el empresario Agustín Vales, hombre de confianza de Olegario Molina, un rico terrateniente y empresario yucateco que fue dos veces gobernador de su estado.
El ejemplo de Zapata es pertinente porque al pasar de los años su lucha resultó determinante para el desarrollo nacional. Y, a pesar de todo, no faltaron en aquella época quienes estuvieron dispuestos a cooptar diarios y revistas para imponer el interés capitalista sobre el movimiento social más importante del momento. Como ellos, hoy sigue habiendo víctimas fáciles del influyentismo inescrupuloso y el chantaje en la esfera pública.
Por este y otros motivos, es importante que quienes consumimos la información, quienes acudimos a los medios de comunicación buscando voces éticas y objetivas que detallen la realidad mexicana, lo hagamos con juicio y discreción. Es deber nuestro consumir periodismo bien fundamentado, que conoce y considera ambos lados de la polémica antes de condenar a uno. Si es necesario, debemos llegar al punto de exigir periodismo que no por ser crítico pierda la imparcialidad necesaria para encontrar la verdad.
@MeyerFalcon
Román Meyer Falcón es el Secretario de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano del Gobierno de México. Arquitecto por el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM). Maestro en Gestión Creativa y Transformación de la Ciudad. Especialista en Desarrollo Económico Sustentable y Urbanismo.
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