Mucho se ha cuestionado la decisión del Gobierno Federal de regresar a clases presenciales; el debate se ha centrado en las condiciones que nuestras escuelas pueden ofrecer para garantizar el retorno seguro a las aulas en medio de una pandemia que cada día se ve más lejana de terminar. Sin embargo, poco se ha dicho sobre las niñas y niños cuyas carencias y condiciones de vida se vieron agudizadas, lo que causó una “nueva normalidad” de mayor vulnerabilidad, violencia y marginación.
Existe un amplio sector de la sociedad que se niega a reconocer, o hace caso omiso de, las condiciones en las que viven millones de niñas y niños en nuestro país y cómo el aislamiento social y las clases virtuales han profundizado la desigualdad que medianamente se pueden equilibrar en la enseñanza presencial.
Esta brecha, que no solo afecta su acceso a la enseñanza, sino que también repercute en su alimentación, estados de ánimo y socialización, está provocando un problema invisible para quienes se desgarran las vestiduras ante el retorno anunciado por el Gobierno Federal; tan solo en 2020 se reportaron 1,150 suicidios en menores, según datos del Subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración, Alejandro Encinas Rodríguez; una cifra récord en México.
Los datos son alarmantes y nos obligan a reflexionar sobre la posición desde la cual esgrimimos nuestras opiniones ante las políticas de gestión de la pandemia y del restablecimiento de las actividades académicas; volver a clases, incluso con los riesgos sanitarios que esto implica, puede representar una diferencia, por ejemplo, para los 3 de cada 4 niños que según Save the Children son violentados desde el inicio de la pandemia.
Aprovecho para reconocer el esfuerzo y visión de la maestra Delfina Gómez, titular de la Secretaría de Educación Pública, quien encabeza los trabajos y análisis en los que se ponderan estas variables y que se encuentran evidentemente lejos del radar de los miles de “opinólogos” expertos en epidemiología y políticas públicas que también nos ha dejado esta pandemia.
Otra lamentable realidad es la de quienes no volverán a las aulas. Los motivos son variados, pero principalmente se debe a que se vieron obligados a trabajar para minimizar la crisis económica que ha provocado la pandemia en sus hogares; según el Instituto Nacional de Estadistica y Geografía (INEGI), en el ciclo escolar 2020 – 2021, 1.5 millones de niñas, niños y adolescentes no se reinscribieron y las probabilidades de que se reincorporen para continuar con su formación académica es estadísticamente improbable y directamente proporcional a la extensión de la pandemia y a la pauperización generalizada que conlleva.
El éxito del regreso a clases dependerá de que asumamos una posición más solidaria, empática y cooperativa; de que estudiantes, docentes, personal de apoyo, madres, padres y cuidadores empeñemos nuestros esfuerzos diarios en generar condiciones sanitarias óptimas, pero, sobre todo, de un ambiente de armonía y comunidad que nos permita hacerle frente juntos a esta nueva normalidad que se ha instalado en nuestras vidas y que amenaza con quedarse.
Será importante atender las recomendaciones que a través del documento “Misión Recuperar” presentaron en conjunto el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y el Banco Mundial que señala los siguientes ejes prioritarios:
- Todos los niños, niñas y adolescentes —incluso aquellos que dejaron la escuela durante la pandemia— vuelven a la escuela y reciben los servicios adaptados necesarios para satisfacer sus necesidades en materia de aprendizaje, salud, y bienestar psicológico y social;
- Todos los niños, niñas y adolescentes reciben apoyo para recuperar el aprendizaje perdido, y
- Todo el personal docente está preparado —y apoyado— para remediar la pérdida de aprendizaje entre su alumnado e incorporar las tecnologías digitales a su docencia.
Invito a quienes apresuradamente han condenado el retorno a clases a que reflexionemos más allá de nuestra realidad y privilegios particulares, a que sea la empatía lo que nos permita seguir evolucionando como sociedad, a que juntas y juntos generemos condiciones mas allá de las aulas para que la niñez mexicana viva de mejor manera.
Este regreso a clases abrirá las puertas de una mejor comunidad estudiantil, en la que la fraternidad y la preocupación por el prójimo nos ayuden a edificar un futuro más brillante para México. La pandemia nos ha enseñado que estamos obligados a preocuparnos por el colectivo a través de simples decisiones personales, como el aseo de manos y la utilización del cubrebocas; así, poco a poco, nos reencontraremos con la felicidad de seguir vivos y con la decisión firme de seguirnos cuidando para que esto no cambie.
Quienes tenemos hijas e hijos viviendo en ambientes de paz, estamos en nuestro derecho de decidir no enviarlos a la escuela, pero no podemos quitarles la oportunidad a quienes, por su situación de vulnerabilidad, encuentran en la escuela el hogar, la familia y la atención que muchas veces no pueden hallar en casa.