La frase “el árbol nos impide ver el bosque” tiene el sentido de ampliar la mirada y, sobre todo, observar el contexto. Es justo lo que creo está pasando en cuanto a los matrimonios forzados en la montaña de Guerrero, nos falta ver el contexto: primero, de la cantidad de “prácticas culturales perjudiciales” (definición de la ONU) que incluyen asesinatos por honor, los cuales se dan en el Medio Oriente y Asia del Sur principalmente, ablación genital femenina (que aún se practica en 30 países africanos y en los Emiratos Árabes Unidos, Omán y Yemen, así como en Palestina, Irak e Israel) y el matrimonio forzado, estrechamente ligado al matrimonio infantil que culturalmente se justifica como uso y costumbre en el judaísmo y en muchos países del África subsahariana, Sudeste asiático y Latinoamérica.
En cuanto al matrimonio infantil, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia contabilizó en 2012 unos 400 millones de mujeres de entre 20 y 49 años de todo el mundo (el 41% de la población total de mujeres en ese grupo de edad) que contrajeron matrimonio o se establecieron en pareja antes de cumplir 18 años, así de grande es la problemática.
Por otro lado, la institución del matrimonio por sí misma ha suscitado recelos por parte de los diversos feminismos, al considerarlo un espacio para la discriminación, desigualdad y violencia contra la mujer; de hecho, una de las primeras reivindicaciones feministas contra la violencia de género se dio en torno a la violencia dentro del matrimonio, la cual se profundiza en los pueblos originarios, ya que el rol que juegan las mujeres dentro de las comunidades indígenas se circunscribe al hogar. Incluso, existen comunidades que prohíben la participación en el espacio público a las mujeres, argumentando usos y costumbres, en el que su principal responsabilidad es el de los cuidados, primero como hijas y luego como esposas. Se trata de una discriminación sistemática en el que las mujeres se encuentran en una situación de desigualdad social y de subordinación que impide que una determinada conducta pueda ser individualizada, y, por tanto, quede fuera del concepto jurídico de discriminación.
Lo tenemos claro las feministas: la discriminación genera desigualdad y violencia, y es aún peor cuando se entrecruzan diversas experiencias de discriminación, como es el caso de las mujeres indígenas que suman al género la etnia, la ruralidad y la pobreza. Por lo cual es imperante (antes de apuntar con el dedo flamígero de la criminalización a los pueblos originarios) realizar un diagnóstico efectivo que proponga políticas públicas para la erradicación de los matrimonios forzados. Es imprescindible tomar en cuenta la interseccionalidad, es decir, el cruce entre diferentes sistemas de subordinación de las mujeres y, en consecuencia, comprender que las mujeres indígenas sufren una situación de discriminación distinta a la de las mujeres mestizas. Se trata de integrar las diversidades de todas las realidades que sufren las mujeres indígenas para transformar su condición social, es tener una mirada amplia, comprender su cosmovisión entorno a la comunidad y a la familia, lo cual es parte de su construcción cultural, política e ideológica, por lo les da identidad. El diagnóstico sugerido requiere una perspectiva histórica y feminista que analice las diversas tradiciones en torno al matrimonio y pueda identificar aquellas perjudiciales que establecen condiciones de desigualdad entre hombres y mujeres, y exponen a estas últimas a condiciones de vulneración y violencia.
Es verdad que los usos y costumbres no pueden estar por encima de los derechos humanos, y es imperante realizar modificaciones jurídicas para la protección de mujeres, niñas y niños contra el matrimonio forzado. La complejidad de este fenómeno requiere además de una serie de acciones multidisciplinarias, que permitan el empoderamiento de las mujeres indígenas, así como la perspectiva feminista, pues esta permite identificar las desigualdades que de raíz existen. Esta perspectiva debe venir desde el colectivo de feministas indígenas, puesto que su cosmovisión les permite comprender la realidad de un modo diferente… Se requiere que la transformación sea de adentro para afuera, ya es momento de ver el bosque.