El pasado por sí mismo no es historia. Es, sí, el insumo de las fuentes para comprender y explicar los escenarios que vivimos y enmendar nuestra realidad. Sobra decir cómo ha sido esta hasta ahora. Sería redundante volver a hacer el recuento del por qué decidimos por la Transformación de México desde una Revolución de Conciencias.
Para ello, invito a analizar los escenarios locales y regionales. No hemos perdido la costumbre de medir todo desde el centro a pesar de la certeza que cada sociedad, cada comunidad, tiene características acordes a su propia trayectoria en el tiempo.
Así, Baja California resulta sui generis. Nuestras transformaciones han sido de otra naturaleza. ¿Conquista militar? No la hubo. Encontró el fracaso desde 1535 hasta 1685. El éxito lo tuvieron a través del pueblo de misión, régimen de excepción inaugurado por los Jesuitas en 1697. ¿Independencia? No hay evidencias a favor de ella previo a la jura en 1822.
La guerra con Estados Unidos reveló una primera gran expresión de nacionalismo. En Baja o Antigua California, rancheros y vaqueros —entre criollos, mestizos e indígenas, todos herederos de las misiones— se organizaron a través de la Guerrilla Guadalupana. En Alta o Nueva California, también ellos enfrentaron y derrotaron al ejército estadounidense, aunque su autoridad cedería ante el invasor.
La diferencia entre ambas estribó en que una, la que se mantuvo mexicana, tenía un fuerte vínculo cultural de origen novohispano. Los jesuitas procuraron la introducción de los referentes que dieron sentimiento de pertenencia. Es significativo que la resistencia se haya organizado bajo un tema guadalupano. No así en Alta California. El reformismo borbónico expulsó, en 1767, a los jesuitas, reemplazándolos por dominicos y franciscanos españoles, cuya meta ya fue la evangelización, sino reforzar la frontera septentrional amenazada por rusos.
1853, marcado por invasión filibustera liderada William Walker, estadounidense que proclamó la independencia de la República de Sonora y Baja California. De nuevo, los rancheros, vaqueros e indígenas se encargaron de la defensa. Antonio María Meléndrez, de La Grulla, Ensenada, organizó y lideró su derrota. El episodio confirmó el sentido de pertenencia a lo que ya se entendía como México, aunque Meléndrez terminó fusilado, acusado de traición por el exgobernador Castillo Negrete quien huyó en vez de enfrentar los hechos.
La Reforma y el Porfiriato trajeron algunas de las primeras obras, fundación de ciudades, divisiones de territorio, concesiones de tierras a rancheros, tanto criollos como mestizos e indígenas, introducción del registro civil, instrucción pública y aduanas. Sin embargo, también la aparición de latifundios, especialmente aquellos que explotaron la zona del Delta y Río Colorado.
En ese contexto, la Revolución Mexicana tuvo versión distinta. No fue maderista, sino anarquista, convocada, pensada y organizada por los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón. La presencia de extranjeros, obreros alemanes, italianos e irlandeses afiliados a The International Workers of The World, provocó la memoria reciente del filibusterismo de Walker. Sumada a la propaganda de los periódicos estadounidenses representantes de capitales invertidos en la tierra del Valle de Mexicali y el Delta del Colorado además del ferrocarril.
Ellos sí convocaron a la toma de la península. Aunado a insurrecciones indígenas, provocaron que los hechos fueran interpretados por la comunidad y autoridades locales como filibusterismo. Así, la defensa de la Baja California se hizo junto a las autoridades porfiristas, las cuales triunfaron sobre el movimiento de naturaleza múltiple.
Tras ello, bajo el gobierno de Esteban Cantú, Baja California la mantuvo al margen de la nación creando un nuevo régimen de excepción que hizo de ella, de ser carga para la federación, a botín ansiado por las nuevas autoridades, especialmente las emanadas del obregonismo (Marcial, 2016). La Revolución entró por la fuerza, encabezada por Abelardo L. Rodríguez, en el contexto de la Ley Volstead y el prohibicionismo.
En convergencia con la historia nacional, el reparto agrario por la creación del ejido cardenista representa una efeméride importante para los cachanillas, el asalto a las tierras. Los grandes latifundios pasaron de ser propiedad o concesión de algunos extranjeros o prestanombres, a los campesinos mexicanos. Esto, seguido de la declaratoria de Baja California en Estado Libre y Soberano y la organización de sus primeros Ayuntamientos entre 1952 y 1954, lo cual todavía no termina. Este 2024 celebraremos elecciones para definir los primeros Ayuntamientos para San Quintín y San Felipe.
¿Cómo empatar, así, el segundo piso de la Transformación nacional a nuestra realidad local? Solo conociendo nuestra historia. No hay más.