La ola social y política que arrastra Andrés Manuel López Obrador ha dejado a más de un opositor atónito; es decir, los opositores políticos al gobierno de la transformación nunca terminaron de encontrar su discurso, sus estrategias y narrativas. Nunca se plantearon hacer política, sino todo lo contrario: golpear.
No es de extrañarse que quienes detentaron el poder en su momento se hayan “engolosinado” y creado SUS propias instituciones que acabaron en formar una especie de cultura política en el quehacer cotidiano de los asuntos públicos, creyéndose los que de manera eterna iban a dirigir el destino del país, según su visión.
Entonces, vino de golpe el reflujo del 88, del 2006 y, sobre todo, de las luchas sociales y políticas que buscaban una verdadera democracia y justicia social.
Al gobierno que está por terminar, el sexenio obradorista, hay que entenderlo como una etapa transitoria de modelo. No obstante, se tiene que definir el nuevo modelo. AMLO comenzó escudriñando el interior de la administración pública federal, nunca perdiendo de vista que los recursos públicos son dinero del pueblo, del contribuyente, y que ese mismo recurso debe terminar por beneficiar a los mismos.
Vino la pandemia. Fueron, cuando menos, tres años de recortes y redireccionamiento presupuestal (ósea medio sexenio), para combatir una pandemia que paralizó en su totalidad al globo terráqueo y dejó a las economías mundiales en franca recesión; lo cual significó un golpe importante, nuevamente, para la gente más humilde de nuestro país. Aún así, se salió adelante.
En pleno 2024, podemos decir que existe obra pública de infraestructura de “gran calado”: los trenes, caminos y aeropuerto. Pese a los pronósticos contrarios existe una nueva refinería y no un sueño de una, cuyo máximo logro fue una barda en Tula, Hidalgo durante el sexenio de Calderón. Hay un continuo mejoramiento de caminos y carreteras; se continúa rediseñando el nuevo entramado institucional. A prueba y error, pero, insisto, con la intención de poner las instituciones de vuelta a su finalidad ontológica: el servir a la gente.
Es por eso, creo, que la oposición no encuentra en qué sujetarse y solamente reacciona. En pocas palabras, no sabe sostener una contra propuesta, pues se están realizando cosas que ellos ni siquiera se plantearon en su modelo de “desarrollo” o no lograron materializarse.
Desde luego, existen tareas pendientes, adendas y tal vez, falta de incursión profunda en muchos asuntos públicos que aún le duelen a la sociedad mexicana, pero el proyecto de transformación continua vigente y no es un tema terminado.
Pese a todo pronóstico catastrófico, México no es una dictadura, al contrario, ha reafirmado su convicción democrática. Las grandes mayorías electorales son sintomáticas del arrastre obradorista, no de una elección de Estado, como erróneamente quieren decir los opositores, incapaces de generar una propuesta seria.
Tal vez, vivir del poder por muchos años le valió a la ahora oposición su pérdida de noción de que la política no es un medio para vivir, sino un momento en la vida para servir. Es decir, no hallan explicación a su pérdida de modus vivendi y reclaman algo que les “pertenecía”.
Entre claros y oscuros, el proyecto de Transformación continua en México, y es deber, ahora de la nueva Presidenta Claudia Sheinbaum, resignificar o acabar de significar ese proyecto. El llamado “humanismo mexicano”, sigue siendo un libro en blanco para el imaginario colectivo, y aunque AMLO ha declarado su existencia, aún quedan ciertos cómo en cristalizarse o en dejarse más claros.
Bien dicen por allí que las mayorías logradas electoralmente no son cheques en blanco, son oportunidades de reescribir la historia que da la ciudadanía, pero también habría que agregar que es el mismo Pueblo el que escribe esa historia y, que busca de manera apremiante, su bienestar generalizado prometido.