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Entre tantas “verdades”…

Ante tantos intereses –genuinos o no–,  tanta diversidad de posiciones y planteamientos y tantas maneras de pensar y actuar, si uno es sensato y honesto no puede ni debe tomar partido a ultranza por un bando o por otro; no debe decir que se ‘va con alguien’ y volverse en el acto detractor y enemigo del otro. Las diversas realidades que vive un México cada vez más dividido, cada vez más enconado hacia  todos los bandos e ideologías, –sean genuinas y manipuladas o no–, con expresiones cada vez más violentas y llenas de odio, nos deben llevar a la reflexión y al análisis profundo y consciente de qué ocurrió en el pasado, lo que está sucediendo actualmente y sus posibles consecuencias a futuro. Parecería mucho “choro” de mi parte, pero mi razonamiento y mi conciencia siempre me han dictado eso. Y cuando tratas de pensar de una manera razonada, centrada y ecuánime, no te queda otra más que apoyar a quienes genuina y acertadamente quieren cambiar la realidad del país por una realidad sin violencia, sin corrupción y enmendando los enormes vicios del pasado que venimos cargando por lo descabellada y atroz que era la situación del país antes de la actual administración. 

Nadie tiene la verdad absoluta. Pero sí hay muchos datos y señales certeras de gente o fracciones que quieren a toda costa hacer daño: hacerle daño a una transformación que merece el país desde hace años, a los recursos naturales –expoliándolos a quienes deben o deberíamos ser sus dueños–, a movimientos genuinos como el feminismo, el ecologista, el de protección a migrantes o cualquier minoría, el de una educación alimentaria eficiente y benigna, y a quienes propugnan por cambios sociales que denoten y promuevan la igualdad,la no discriminación –, racismo y clasismo incluídos–, a la no impunidad, a la no corrupción, a la no ilegalidad.

El problema con las apreciaciones sobre la mujer y su rol en la sociedad, el eterno y muy nocivo patriarcado y la tradicional manipulación matriarcal para educar a los hijos varones muy ventajosamente en relación a las hijas en las familias tradicionales y machistas, y sobre todo con el feminismo –que según reza la definición completa es “un pensamiento político que sostiene que ningún ser humano debe ser privado de ningún bien o derecho a causa de su sexo y un movimiento social que exige para las mujeres iguales libertades y derechos que para los hombres y busca eliminar la dominación y violencia de los varones sobre las mujeres”– es que estos conceptos y todos los factores que menciono anteriormente parecen no estar en el chip educativo de toda la sociedad mexicana. Machismo y feminismo están envueltos (y mezclados a conveniencia) en un bagaje educativo permanente desde los hogares y las escuelas de educación básica. Están  expresados en frases como “pareces vieja”, “los machos no lloran” , “vieja el último”, “aguántese como los hombres” y en muchos otros más,lo que hace que la sociedad machista mexicana sea y se desarrolle fuertemente estigmatizada.

El feminismo –como movimiento para lograr la igualdad de género–, además de ser un motivo de marchas y manifestaciones de toda índole, debe ser motivo y pretexto genuino y real para emprender una absoluta y gigantesca campaña de educación estratégicamente planeada a corto, mediano y largo plazo. Se necesita  educación pública, educación cívica, educación gubernamental,  educación familiar, educación militar, educación judicial, educación empresarial, educación deportiva, educación laboral, educación sanitaria y si no causa hilaridad por mi idealismo, hasta educación religiosa. Una educación en cada sector para lograr la igualdad de género y de condiciones para todas y todos.

Pongámonos en los zapatos de cualquier mujer que haya sido vejada, violentada, hostigada, o de cualquiera de las familias o amistades que hayan perdido a sus hijas, esposas o amigas por un feminicidio. Estoy plenamente seguro de que a causa de esos enormes dolores de cuerpo y psique que violadores, hostigadores, machos y asesinos  han causado en mujeres violentadas –así como en sus familias y seres queridos– saldríamos todos a las calles a gritar, a marchar y a protestar. Obviamente estaríamos permanentemente defendiéndonos  de quienes protegen u omiten declarar sobre aquellos que tienen señalamientos certeros y comprobables sobre los daños irreparables que han causado a tantas mujeres. 

Y lo que más inermes y enojados nos pone: estos daños deberían ser imparcialmente juzgados por un poder judicial eficiente, el cual hasta hoy ha dado muestras de ser un poder inepto, pésimamente educado a la usanza machista y muy corrompido ante todo. Los crímenes deberían ser juzgados ipso facto y con imparcialidad y honestidad, algo que sucede muy pocas veces. Una mujer violentada es cuestionada en los Ministerios Públicos  por su manera de vestir cuando ocurrió agresión, cuestionada por su conducta, si bebía alcohol o  no, entre otros factores. Eso hace que obviamente el coraje e impotencia acumulados de la población vulnerada por años sean enormes. Y puede hacer que esa vulnerabilidad sea aprovechada de inmediato por quienes quieren dañar y denostar a las instituciones, infiltrándose  en un movimiento que a leguas se vio que –según la gran mayoría de quienes marcharon el 8 de marzo pasado– es genuino y pacífico. El caso es similar a cada una de las marchas de la comunidad LGBTTTI –cuyos orígenes y reclamos fueron similares a los de las marchas feministas–. Eso no exime de responsabilidad a algunos miembros de las policías que se atrevieron a vulnerar a periodistas, deteniéndolas. Y menos aún exime de responsabilidad a esa minoría escandalosa que (a mi parecer), con una consigna infiltrada de dañar el movimiento feminista, quiso hacer destrozos y agredir ferozmente a las vallas y a las policías que se encontraban detrás. No me pareció ni bien ni mal la inclusión de estas vallas; considero que fue preventivo por los rumores (lógicos) que seguramente oyeron las autoridades, pero no me quiero imaginar qué hubiera sucedido si no hubieran estado. Si el año pasado sucedió lo que vimos todos, en la marcha de anteayer se hubieran dado en verdad más serios enfrentamientos y daños a personas y al patrimonio de todos nosotros.

Lo que sí debemos reconocer y jamás negar (quienes lo hacen es a todas luces con el fin de de inventar noticias falsas) es que en el gobierno de la 4T no hay represión como sí hubo en otras épocas, o me pregunto: ¿cuántas de las personas que hicieron o quisieron hacer destrozos fueron detenidas? ¿Se prohibió aquí en México como en España manifestarse el 8M? 

Lo que sí me atrevo humildemente a pedir es que haya aún más diálogo entre el movimiento feminista y el gobierno. Es un enorme logro tener un gobierno con equidad de género en el gabinete, al igual que un Presidente que está consciente de la igualdad de género y de la importancia de las mujeres para la sociedad. Sin embargo, para que no exista ningún motivo para pensar que el Presidente no es congruente con su decir y actuar, para no ser carne de cañón para la oposición y para acallar a mucha de la opinión pública que parece furiosa con el tema, es necesario emprender un diálogo serio y metódico con todas las contrapartes feministas que tanto se están quejando de que el Presidente no apoya esta causa. 

Y también, a manera de colofón, mientras existan candidaturas insostenibles y no se hable honesta y abiertamente del tema por aquellos quienes las proponen –sean del partido político  que sean– la ciudadanía jamás volverá a confiar en partido alguno, aunque tengamos que votar por ellos con lágrimas en los ojos y con todo el sinsabor del mundo, solo por emergencia y por preservar los cambios positivos que este cambio de régimen está ocasionando.
 

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