El sistema político ha cambiado radicalmente en este sexenio y se ha centrado en ejes rectores para desmontar el sistema neoliberal, que se encargaba de administrar los intereses de unos cuantos. Dentro de ese marco conceptual, uno de los puntos de referencia ha sido el sistema alimentario como forma de proveer un entorno saludable de qué y cómo comemos.
Así se han planteado distintas iniciativas para que el sistema alimentario deje estar a merced de la gran industria de ultra procesados y se pueda generar un nuevo orden en la ingesta de alimentos. Quisiera centrarme en dos puntos torales de esta política: dejar de usar glifosato y el etiquetado claro.
Uno de los debates más grandes que se ha dado en la agricultura desde hace unos años, es la forma en cómo cultivamos lo que comemos sobre todo por el uso de agroquímicos que si bien han dinamizado al campo global su uso ha estado sujeto a escrutinio por sus probables efectos secundarios en la salud de las personas y en sí, del ecosistema. Es por eso que en diferentes países se han buscado alternativas al uso indiscriminado de uno de estos agrotóxicos, como es el glifosato. Esta sustancia, inicialmente patentada por el corporativo Bayern, lleva décadas de uso y se ha mantenido como la de mayor uso debido a que los rendimientos generados por cosecha son bastante altos y los costos lo sustentan. Sin embargo, como se decía, en años recientes se ha mostrado que los efectos secundarios en la salud son evidentes, sobre todo el efecto carcinogénico que genera.
Debido a eso, es que en lugares con interés mayoritario por lo público se ha empezado por restringir el uso de glifosato o sencillamente, hacer una transición hacia dejar de usarlo. Es obvio que para la gran industria de la agricultura esta medida no ha caído bien, pues implica perder un negocio de millones de dólares y su principal defensa (además de sostener que no hay condiciones para dejar de usarlo pues vulneraría la alimentación) son agentes dentro de los propios gobiernos para evitar la transición agroecológica. México lleva prácticamente todo este sexenio en esa disputa con presiones tanto internas como externas, recientemente se cumplía la fecha para dejar de usar glifosato sin embargo al todavía no contar con la capacidad suficiente del sustituto para glifosato, se ha dado una prórroga. Pero está claro que el gobierno comenzará una nueva etapa para el campo y seremos pioneros en demostrar que sin glifosato se puede tener auto suficiencia alimentaria.
El otro punto que también es de gran interés para el sistema alimentario, ha sido cambiar la información que vemos en los empaques de los alimentos que se ofertan en cualquier establecimiento. Desde una caja de cereal, hasta la última lata de tomate se ha generado un etiquetado claro que tiene como objetivo primordial que el consumidor sepa de forma sencilla si lo que está por consumir tiene valor nutricional o un exceso de algunos componentes que pueden ser perjudiciales si se consumen en exceso (azúcares, grasas, aditivos). Esta medida ha sido de gran utilidad, pues muchos productos han sido rediseñados para poder tener menos sellos y que sean nutricionalmente mejores para su consumo.
Claro que dicha medida no ha dejado de tener opositores y la propia industria se ha buscado amparar para que esta medida deje de usarse, sin embargo, el día de ayer se logró avanzar en este proceso pues la propia SCJN desechó un recurso de amparo y con esto se da validez constitucional para que estas medidas sigan protegiendo a la población del abuso de la industria de la chatarra.
Es obvio que falta mucho por hacer y que estas medidas son apenas pinceladas para poner una nueva cara al sistema alimentario en el país; pero con estos pequeños pasos se abren nuevas rutas para que se siga generando condiciones de un sistema distinto al que ve a los alimentos como un negocio, no como un derecho y, sobre todo, para