Historias del #TrenMaya: Estac

Historias del #TrenMaya: Estación Palenque

Los tres palenques.

Desde la casa donde trabaja Josefina se puede observar el principio y el fin del polígono que ha sido beneficiado por el antiguo programa de Pueblos Mágicos, del que tanto se ufanaban los neoliberales. Desde esta última esquina del afortunado polígono se puede observar la colonia vecina, menos agraciada, con las calles de terracería y un puente que cruzaba un antiguo río; hoy ha sido sustituido por casas de cartón y lámina, que a juzgar por la vegetación y un caudal, probablemente en una temporada sin sequía se volverá a llenar.

 Josefina camina cada día para tomar el transporte rumbo a su comunidad. Cruza dos mundos en un mismo municipio, en una misma avenida, y aún después de tanto tiempo cruzándolo, nota los abismales cambios. El primero de estos mundos tiene aire acondicionado, pavimento, separación de basura, arquitectura que combina con el ecosistema, cableado subterráneo y se miran personas de varias nacionalidades. Ahí se escuchan principalmente tres lenguas: español, inglés y chontal.

 Después de la jornada laboral y un recorrido de 40 minutos por un camino casi terminado, Josefina llega al segundo de los mundos: su casa, que está en una comunidad por la que parece que pasó un tornado de marginación. Mientras calentaba en leña un par de tortillas, platicaba que afortunadamente pudo pagar el nuevo uniforme de su hija, ya que varias personas se organizaron y pudieron comprar la tela por mayoreo para hacerlo con una costurera y aminorar costos. Incluso decía que se había dado el lujo de comprar dos camisas.

 La tierra donde estaba su casa era noble y podía sembrar en su patio lo que servía para autoconsumo. Había energía eléctrica en la comunidad, por lo que su marido podía ver la televisión, quien de reojo nos saludó sin interrumpir su programa. Su padre chontal y su madre tzetzal vivían a 30 minutos de ahí y gracias a eso los podía ver con regularidad, siempre y cuando el costo de pasajes no aumentara. El techo de lámina y el suelo de tierra no figuraba en sus preocupaciones básicas. Ella solo pensaba en cómo iría su hija a estudiar la universidad una vez que terminara la prepa. Mariana, su hija, pensaba en estudiar y algún día ir a trabajar a la Península, Mérida o quizá Cancún, sin saber exactamente lo que iba a hacer. Se imaginaba trabajando en el sector turístico para ayudar a su familia.

 Toda la tarde conversamos del futuro y las reducidas opciones de movilidad que hay en la zona. Cada semana su hija al salir de la escuela del turno vespertino, tiene que quedarse en casa de una tía, por lo que Josefina tiene que pagar para completar para sus cenas, lo que le representa un gasto extra. Esta situación no era exclusiva de esta familia, la deserción escolar por falta de recursos es tan común que la “la beca de AMLO”, como la llamaban, era la única opción de estudio para muchos de sus compañeros. Era una cantidad que ya tenían programado en qué y cómo lo gastarían cada mes desde antes de que llegara este programa social. Para la familia, en este momento, el techo y el piso podían esperar. Ahora había que resolver cómo iban a sostener los estudios de Mariana.

 Después de varias horas de convivir con su familia, Josefina insinuó que ya era hora de que me retirara ya que el último transporte pasaba antes de las 6.  Antes de irme me entregó un cucurucho de chiles secos y nanches de su árbol. Nos despedimos listas para vernos al día siguiente en el primer mundo, el Palenque donde ella labora, el Palenque bilingüe del café orgánico que ella no podía pagar, el de la zona arqueológica que no conocía, pero el que le permitía tener un sustento en su hogar.

 En el camino de vuelta estaba el tercer Palenque, el Palenque zapatista que se anunciaba sin amenazas, pero con resistencia. Días después lo constaté en el Caracol número 5 del Ejido Roberto Barrios. La negativa era real entre sus habitantes, pero no con firmeza de su vocero, sino con la agudeza de decirles a los demás lo que esperan escuchar, para no romper el hermetismo ni el sincretismo que les caracteriza, como una especie de pacto de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro. Al otro día Josefina, indígena chontal y tzetzal, habló poco del EZLN. Sabía de su oposición al Tren Maya, por lo que no le entusiasmaba su postura. No había manera de cuestionar su amor a la tierra, ni cuestionar su identidad indígena. Realmente pensaba en el Tren Maya como una opción de vida, en la que su hija pudiera subirse para estudiar y trabajar en ese lugar que no conocen pero al que quieren llegar.

 Después del primer Palenque, a unos minutos se estacionaba La Bestia, una parada poco convencional en donde la mayor autoridad es la que llega primero a tener el mejor lugar y por supuesto ser el más fuerte. Nada de esto estaba considerado en el antiguo programa de Pueblos Mágicos. La pobreza extrema y la desigualdad que marcaban al municipio sólo eran atendidas con algo de mejora visual.

 Los tres Palenques son una representación del México actual: el primero, casi inalcanzable y minoritario. El segundo, el de Josefina, es el más grande y complejo. Es el que sostiene al primer Palenque, el que convive entre la identidad indígena y las bondades de la modernidad, el que tiene preocupaciones básicas como si lloverá para regar sus cosechas de autoconsumo, si subirá el costo del pasaje o si se hará el proyecto del Tren Maya. El tercer Palenque, no ha encontrado eco entre los más cercanos.

 El Presidente, desde que fue jefe de gobierno, ha sostenido que la máxima de su gobierno es la de “Primero los pobres” con todo lo que ello implica. A pesar de los neoliberales y conservadores, y ahora, a pesar de quienes por ignorancia o comodidad desconocen que el Tren ya existe y recorre el territorio ya ocupado por el Estado, pero que no es el paraíso de selva y jaguares que los activistas ambientalistas pintan, sino en gran medida una zona roja en medio de otra amenaza, que es la avaricia por las maderas exóticas y el aceite de palma, producto cuya producción es responsable en gran parte de la pérdida de la selva, en la que especies como los mono araña y otras de aves ya abandonaron gran parte de esa selva hace años, sin activistas ni académicos que advirtieran las consecuencias de dicha explotación durante el periodo neoliberal. 

 Josefina, a quien nada tenemos que enseñarle sobre el cuidado de la naturaleza, la cosmovisión indígena, la discriminación, la pobreza, la desigualdad, la migración y el desamparo del Estado, estaba entusiasmada con el proyecto del Tren Maya. No debatimos al respecto pero el hecho de que hubiera un medio de transporte y nuevas posibilidades de trabajo en el lugar donde vive, no tenían nada que ver con renunciar o no a su identidad indígena.

 Si ya existe un tren por unas vías que pertenecían al Estado desde antes de la época neoliberal, las que como menciona el Presidente “ni se tomaron la molestia de explotar los neoliberales por el abandono que había hacia el sureste mexicano”, entonces, ¿de qué tierra y de qué territorio hablan los ambientalistas? Desde la comodidad de las redes sociales, cualquier árbol de la Amazonia o de la Selva Lacandona puede ser rescatado con likes, y puede ser legitima la preocupación. Lo que no es legítimo ni ético es obligar a Josefina y a Mariana a ser representantes de aspiraciones ajenas a ellas, a negarles un servicio básico y una vida digna de la que gozan muchos activistas, y peor aún, negar la realidad migrante que trastoca a nuestro continente sin tregua para niños y niñas, que cada día a su suerte cruzan la zona roja que ningún ambientalista antes pisó.

 Cuando todas tus esperanzas de un proyecto de vida no están en discusión por unos cuantos que sí lo tienen en otro lugar, es fácil decir que algo tan trascendente como estudiar o tener un empleo en tu localidad puede resolverse sin el Tren Maya. La preocupación no puede ser selectiva, el desarrollo no puede ser solo para los de arriba.

 Para Mariana, la hija de Josefina, el sueño máximo en su vida es migrar a otro estado –sueño no menos legítimo– pero, como dice el Presidente: nadie tendría que migrar por necesidad. El Estado debe garantizar que las personas sean libres de quedarse en el lugar donde nacieron y ser felices. Josefina y yo no debatimos al respecto. Yo no tenía ningún derecho a cuestionar el sueño de su hija. A lo único que aspiro ahora es a volver para decírselo, repitiendo las palabras del Presidente cuando volvamos a recorrer el nuevo Palenque y demostrarle que tiene opciones, que las posibilidades de elegir una vida ya no son de unos cuantos. Porque para quienes aún no les queda claro, Josefina es de las personas por las cuales el presiente trabaja todos los días. Es parte de esos 30 millones que votamos por él para defender a las mayorías sociales, es de los representantes más genuinos de los olvidados e ignorados por los gobiernos neoliberales.

 

Kenia Hernández Antuna.

@KeniAntuna

Servidora del Pueblo, politóloga por la UNAM, militante de izquierda. Aprendiz del General Lázaro Cárdenas y del Presidente Andrés Manuel López Obrador.

Sobre el autor

Comparte en:

Comentarios