La reciente asunción de Donald Trump a su segundo mandato ha traído consigo un retorno a las políticas de presión internacional que caracterizaron su primer periodo. El anuncio del aumento del 25% en los aranceles a las importaciones mexicanas y canadienses, no solo buscó coaccionar a México en temas de seguridad y migración, sino que también expone la torpeza de una estrategia que termina perjudicando principalmente a los propios consumidores estadounidenses, al encarecer productos esenciales en su economía.
En este contexto, la respuesta de la presidenta de México, la Doctora Claudia Sheinbaum, ha sido un ejemplo de firmeza diplomática y claridad política. Desde su declaración de respuesta, que fue directa y sustentada en hechos concretos, hasta la ágil estrategia de negociación que no solo refutaron las calumnias de la Casa Blanca, sino que también reubica el debate en el terreno de la responsabilidad compartida, el respeto mutuo y la defensa de la soberanía nacional.
La soberanía no es un concepto abstracto ni un simple principio jurídico; es la expresión viva de nuestra identidad nacional. En cada palabra de la presidenta se reconoce una historia de resistencia y dignidad que ha forjado a México como una nación libre y soberana. La defensa de esa soberanía no implica confrontación gratuita, sino la afirmación de que la colaboración internacional solo puede existir entre iguales, sin subordinación ni imposiciones, y logra está extraordinaria síntesis que pasará a la historia de su sexenio “Coordinación sí, subordinación no”.
Ante la amenaza injerencista es momento de cerrar filas como país. La identidad nacional se fortalece en la adversidad, cuando recordamos que somos una comunidad histórica con un proyecto común basado en la justicia, la dignidad y el respeto. La unidad no significa uniformidad, sino la capacidad de reconocernos en nuestra diversidad y, desde ahí, articular una respuesta colectiva que defienda nuestros intereses y valores.
La propuesta de la presidenta de establecer una mesa de trabajo con Estados Unidos, basada en principios de respeto y cooperación, es un llamado a la razón frente a la imposición. En estos tiempos de presión internacional, la identidad nacional y la soberanía deben ser el faro que guíe nuestras decisiones. No solo se trata de resistir, sino de afirmar con claridad quiénes somos y qué país queremos ser. La historia nos ha enseñado que México siempre ha sabido responder con dignidad a los desafíos, y esta no será la excepción.
El humanismo mexicano tiene sus bases en las luchas sociales y culturales que han definido nuestra historia. Desde la resistencia indígena contra la conquista hasta los ideales de justicia social que impulsaron la Revolución Mexicana, este humanismo reivindica un sentido profundo de solidaridad y pertenencia. En el contexto contemporáneo, es también un llamado a reconocer y respetar la diversidad cultural, así como a enfrentar las problemáticas estructurales que perpetúan la exclusión.
Durante décadas, las políticas neoliberales en México habían priorizado el crecimiento económico sobre las necesidades humanas. Esto ha resultado en un debilitamiento de las instituciones sociales y un aumento de la desigualdad. El humanismo mexicano plantea una visión diferente: un modelo donde el desarrollo económico sea un medio, no un fin, para garantizar la calidad de vida de todas las personas.
Traigo a colación el humanismo mexicano porque es importante no caer en chauvinismos. La defensa de la soberanía y la identidad nacional no debe confundirse con la hostilidad hacia otros pueblos. Las guerras arancelarias las pagan los pueblos. Será la clase trabajadora estadounidense y la clase trabajadora mexicana quienes resientan con mayor fuerza los efectos de esta disputa comercial. Por eso, la presidenta llama a la mesura: piensa en lo mejor para todas y todos, la solución consensuada, dialogada y respetuosa de las naciones.
No pensemos en los ciudadanos estadounidenses como nuestros enemigos. La gente, el pueblo, somos pueblos hermanos. Aquí el verdadero enemigo es una cúpula de empresarios que se ha hecho del poder del gobierno norteamericano y cuyo juego de especulación solo busca hacer a los ricos más ricos y a los pobres más pobres.
En este escenario, el humanismo mexicano nos invita a la solidaridad internacional, al reconocimiento de que nuestras luchas están entrelazadas. La defensa de nuestra soberanía no es un acto de aislamiento, sino una declaración de principios: queremos un mundo más justo, no solo para México, sino para todos los pueblos que sufren las consecuencias de un sistema económico que prioriza la acumulación de riqueza sobre la dignidad humana.