En 1991, “El Jefe” Diego Fernández de Cevallos, en aquel entonces coordinador de la bancada blanquiazul en la Cámara de Diputados, desde la tribuna exigía a gritos que se destruyeran las boletas electorales de la elección de 1988: “…en el Partido acción Nacional estamos de acuerdo en que se destruyan esos míticos papeles, que nada dicen y menos significan…” espetaba, colérico.
Aquellos “míticos papeles”, eran resguardados en los sótanos de la Cámara de Diputados, que entonces fungía como Colegio Electoral, antes de la creación del IFE, hoy INE. La evidencia del fraude con que llegó Carlos Salinas al poder, era resguardada por elementos del Ejército, que no lograron impedir que dichas boletas incluso se incendiaran.
Así es cómo este “prócer” defendía el voto popular y la democracia en aquel entonces.
Hoy por hoy, desde su exilio voluntario, Salinas sigue cargando con el estigma del fraude electoral.
Zedillo, candidato suplente del PRI, luego del magnicidio de Luis Donaldo Colosio, llegó a la presidencia con una votación amplía e histórica. Fox, rostro de la “transición democrática”, llegó al poder cometiendo fraude electoral. Pocos recuerdan el financiamiento paralelo que recibió mediante la entelequia denominada “Amigos de Fox” encabezada por Lino Korrodi.
Calderón, impuesto en contra de la voluntad popular, con una diferencia del 0.56% trató de “legitimarse en el ejercicio del poder” lanzando una guerra que dejó decenas de miles de muertos y desaparecidos, y una crisis humanitaria de tal dimensión de la que aun hoy no podemos reponernos. El espuriato de Calderón y el estigma de su ilegitimidad, lo persiguen en su exilio.
Peña Nieto, que rebasó con creces los topes de campaña establecidos y que se benefició de las distintas modalidades del fraude electoral, vive también en el exilio con la huella indeleble de la falsedad, el engaño y la frivolidad. Todos, en su conjunto son la prueba viviente de aquel dicho popular que reza que “El que paga para llegar, llega para robar”.
Los escándalos de corrupción de estos personajes son por todos conocidos. Y en esa vorágine de corrupción, vendieron el país al mejor postor, privatizaron los bienes nacionales para beneficio de un puñado de personas, reprimieron a sangre y fuego las manifestaciones de inconformidad.
Robaron, violaron (recuerden a Ernestina Ascencio, por mencionar un caso) y asesinaron a su propia gente y se coludieron con narcotraficantes y criminales de la peor calaña.
En 2018, la ciudadanía, harta de corrupción y frivolidad, decidió dar un golpe de timón: Andrés Manuel López Obrador ganó la presidencia con 30 millones de votos. Un triunfo excepcional con un margen amplio sobre sus contendientes. Ni todos juntos le hubieran podido ganar.
López Obrador ha visto todos los soles y todas las lluvias en el país. También ha sobrevivido a todas las tormentas de desinformación, fake news, odio, clasismo, racismo, animadversión, discriminación e intransigencia magnificados por los medios de comunicación contrarios a su gestión. Con todo y eso, su legitimidad es de tal tamaño, que no han podido ensuciarlo.
Hoy, con 36 millones de votos (20 millones de votos más que su más cercana competidora) Claudia Sheinbaum es la nueva presidenta electa del país.
Con una diferencia de 20 millones de votos, que es el equivalente a la población total de Chile o Rumania o 2 veces más que la población total de Honduras, Suecia, República Checa, Grecia o Portugal, a la oposición no se le ocurre una mejor idea que tratar de deslegitimar el proceso y tratar de impugnar una elección, cuyo mensaje es de aprobación a la continuidad del proyecto de la 4T.
A la oposición, les pregunto ¿Cuántos millones llevan gastados en propaganda sucia desde que López Obrador era Jefe de Gobierno de la capital del país? ¿Cuántos recursos han invertido en granjas de bots chafas, periodistas a modo, campañas de desprestigio y de descalificación? ¿De qué tamaño es el esfuerzo que han hecho y cuáles han sido los resultados? ¿No va siendo momento de hacer un alto en el camino y de replantear sus estrategias? O ¿hasta donde están dispuestos a seguirse rebajando?
Se han vendido como empresarios exitosos y grandes tomadores de decisiones, sin embargo, lo que queda al descubierto, es que no son ni lo uno ni lo otro.
Desháganse de los “telectuales” de los que se han venido rodeando y hagan un diagnóstico serio de la nueva etapa en la que vivimos. México necesita una oposición seria y responsable, no lo que vemos ahorita.
¿Saben cuál es el papel de la oposición?
Continuará…