Dicen que la información es poder, que poseerla es como tener la sartén por el mango para poder actuar y lograr los resultados que se buscan, pero más importante aún es saber utilizarla. En ese sentido, desde las sociedades antiguas el uso y manejo de la información se ha convertido en una de las principales preocupaciones de quienes tienen objetivos en torno al poder: quienes lo ostentan o quienes quieren acceder a él. Pero así como la información es poder, también la desinformación lo es.
Aunque en nuestros días se ha popularizado el concepto de fake news para referirse a la desinformación —particularmente en entornos políticos o electorales—, es importante señalar que esta estrategia se ha utilizado desde muchísimos siglos atrás. Incluso el papa Francisco dijo el 24 de enero del año pasado, en el marco de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que la «astuta serpiente» de la Biblia fue «la artífice de la primera fake news» de la historia, que además llevó a «las trágicas consecuencias del pecado» que cometieron Adán y Eva en el paraíso.
Tras la Primera Guerra Mundial, los rusos fueron los primeros en conceptualizar las estrategias de desinformación masiva, incluso nombraron a este fenómeno como desinformatzia, cuando hacían referencia a las acciones dirigidas desde el interior y exterior del país destinadas a impedir la consolidación del régimen comunista en Moscú. En 1949 el Diccionario de la Lengua Rusa agregó a sus definiciones este concepto, definido como «la acción de inducir al error por medio de informaciones mentirosas».
A propósito del uso de la desinformación en los conflictos bélicos, en El arte de la guerra Sun-Tzu menciona que «el principal engaño que se valora en las operaciones militares no se dirige sólo a los enemigos, sino que empieza por las propias tropas, para hacer que le sigan a uno sin saber a dónde van”. Remontados en la historia, justamente estos tratados del filósofo y estratega militar de la antigua China son considerados como el primer postulado escrito sobre la desinformación, por lo que Sun-Tzu ha sido llamado el «profeta» de la desinformación (Volkoff, 1986; Cathala, 1986).
Entonces, hoy nos enfrentamos a un fenómeno que dista mucho de ser innovador, el factor novedad son las tácticas digitales y tecnológicas que hacen uso de las redes sociales, aprovechando la inmediatez de internet para esparcir la desinformación a la velocidad de la luz. Otro factor podría ser la «nueva» conceptualización de fake news, que particularmente los políticos utilizan cuando buscan desacreditar cualquier tipo de información que les incomoda.
De acuerdo con Roberto Rodríguez Andrés, catedrático de la Universidad Pontificia Comillas (ICAI-ICADE) y de la Universidad de Navarra, podemos entender la desinformación como «un fenómeno en el que el emisor tiene el firme propósito de ejercer algún tipo de influencia y control sobre sus receptores para que éstos actúen conforme a sus deseos». Yo coincido con el autor cuando señala que estamos frente a un fenómeno claramente intencional en el que el emisor busca su propio beneficio y en el que se produce un abuso de poder.
Ahora bien, más allá de describir y entender los orígenes y las motivaciones de quienes utilizan las tácticas de desinformación, ¿cómo podríamos hacer frente a este fenómeno que incluso ha llegado a poner en riesgo nuestras democracias?
El Consejo de Europa, con el apoyo del Centro Shorenstein sobre medios, política y políticas públicas de la Harvard Kennedy School y First Draft, publicaron en 2017 uno de los informes más completos sobre este fenómeno, coordinado por la investigadora Claire Wardle: Trastorno de la información: hacia un marco interdisciplinario para la investigación y la formulación de políticas, donde abordan los retos y desafíos que trastocan la confianza y la verdad en la era de internet y las redes sociales.
El informe de 109 páginas resume con extraordinaria claridad un fenómeno difícil de comprender y propone un marco teórico y conceptual que clasifica las tácticas más comunes de manipulación mediática; y al mismo tiempo emite recomendaciones a gobiernos, plataformas digitales, organizaciones civiles, medios de comunicación y ministerios de educación para enfrentar el problema y encontrar soluciones que desemboquen en acciones que impulsen la alfabetización mediática con pensamiento crítico.
El documento, que puede consultarse completo en este link, emite 36 recomendaciones que permiten combatir la desinformación y, por ende, fortalecer la democracia. Quiero compartir las que me parecieron más importantes.
A las empresas de tecnología les recomienda minimizar el impacto de las burbujas de información y las cámaras de resonancia. Hace un llamado a reajustar los algoritmos para que podamos tener información más variada y no sólo temas basados en nuestros intereses. Para los gobiernos la recomendación es mapear el trastorno de información y exigir transparencia en anuncios y publicidad, particularmente de Facebook.
Para los medios de comunicación la principal recomendación es implementar acciones de silencio estratégico para evitar amplificar la desinformación, reeducar sobre información crítica y generar conciencia sobre los riesgos y amenazas de la desinformación a través de historias fáciles para entender la magnitud del problema. Para la sociedad civil una de las principales recomendaciones es actuar como intermediarios honestos y educar al público sobre las amenazas del trastorno de la desinformación. Y a los ministerios de educación les recomienda implementar una estrategia de alfabetización crítica en el consumo de noticias e información.
La investigadora de Harvard, Claire Wardle, y la periodista y profesora universitaria española Myriam Redondo han coincidido en que es urgente dejar de utilizar el concepto fake news para definir el trastorno de desinformación, puesto que este concepto puede convertirse en un arma de doble filo para los periodistas cuando los líderes políticos de todo el mundo las utilizan para desprestigiar el ejercicio periodístico que les incomoda, lo que representa un ataque directo a la libertad de prensa.
Debemos reflexionar que al referirnos a un concepto tan amplio como el trastorno de la desinformación no sólo señalamos noticias falsas, sino también hablamos de informaciones inexactas y de contenidos audiovisuales que son manipulados o descontextualizados con fines políticos o ideológicos. Si comenzamos a utilizar el concepto de desinformación, como recomienda el Consejo Europeo, estaremos haciendo frente desde nuestras trincheras al nuevo reto que enfrentan las democracias en todo el mundo.
José Manuel Urquijo. Consultor y estratega en comunicación política
@JoseUrquijoR
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