La dimisión de Trudeau es leída, en el mundo, como el fin de una era. Los medios internacionales declaran que se va el último líder de lo que pudo ser una renovación ideológica, política y generacional en el primer mundo y del ascenso del progresismo con tintes de izquierda o, al menos, con carga evidente de cierto justicialismo y responsabilidad social. Su perfil ha sido uno de los más longevos al interior del G7. Su renuncia abonará a que este enero sea uno de los más largos. Ya decíamos que el mundo está expectante ante el regreso de Trump. Así, para el día 20, pronosticamos una fuerte nevada, ya que el frío ha sido intenso desde el 5 de noviembre pasado.
La opinión pública canadiense se deja llevar por las mismas amenazas que Trump lanza a México. Serían tomadas como uno más de sus ardides, sin embargo, debemos reparar en el hecho que, de forma extraordinaria, hace girar la narrativa hacia la leyenda negra. Trump está llevando el discurso al odio, racismo, descalificación y estigmatización que históricamente los anglos han usado contra lo latino e hispano desde la edad media.
Los ingleses lo diseñaron para descalificar lo español al inicio de sus disputas por el mundo. Los estadounidenses, lo han hecho contra los mexicanos y ahora, contra los canadienses o, en una mejor reflexión, contra sus fronteras. Trump ha hecho de éstas su fetiche favorito. Es el discurso que le ha venido redituando políticamente. Son memorables sus gritos en campaña de: “I´m going to build that wall”.
Los estadounidenses han afincado su épica en la conquista y expansión de estas. Durante el siglo XIX rebasaron los Apalaches, violando los primeros tratados con las naciones de los ahora llamados indios americanos. Tras ello, buscaron alcanzar la contracosta y para hacerlo, se inventaron una guerra contra México, aunque también consideraron hacerla a Canadá. Se decidieron por el rival más débil.
Así, sometieron lo que llamaron “la frontera salvaje,” inaugurando sobre ella la dicotomía civilización/barbarie. Es decir, en su imaginario, su conquista y colonización era necesaria en un acto de llevar razón a donde no había. Lo hicieron a bordo de carretas tiradas por caballos o sobre los rieles del ferrocarril. Los pioneros, todos, atraídos por la tierra gratis, producto del despojo contra indios y mexicanos, y por el oro.
A Trump le gustaría repetir esa historia. Por eso busca declarar terroristas a los cárteles del narco mexicano, para justificar ante su congreso y sus fieles seguidores, tal como lo hizo Polk, la intervención. Quiere mover la frontera salvaje al sur, pero también al norte. Desde que los politólogos anunciaron la cada vez más evidente debilidad de Justin, sobre todo hoy, al anunciar su renuncia, Donald vociferó y anunció en sus redes que los canadienses estarían a favor de su anexión a los Estados Unidos.
En su cuenta de la red X, publicó un mapa de los Estados Unidos que imagina a Canadá como parte de ellos. La locura, fuego y juego, pues, del business-showman. Disparates que no serán realidad, pero mientras, hace lo suyo aprovechando las redes sociales y la ignorancia de miles que ya lo dan por hecho, pero, sabemos, la ignorancia es muy atrevida, salvaje y violenta. Se viene una fuerte nevada, el frío durará demasiado.