Observando la famosa conferencia mañanera del Presidente Andrés Manuel López Obrador el pasado lunes primero de marzo, me percaté de la espontánea aparición de un joven que irrumpió pacíficamente el escenario del salón “Tesorería” con el objetivo de dialogar con el Presidente, para lo que burló todos los filtros de seguridad de Palacio Nacional hasta llegar con el titular del ejecutivo federal.
El joven se notaba desesperado y angustiado mientras conversaba con el Presidente, a quien le solicitó ayuda para rehacer su vida porque, en 2017, un operativo policíaco lo detuvo por el supuesto de posesión de drogas; tiempo después, fue vinculado a proceso y permaneció en un centro penitenciario por dos años. Todo esto ocurrió sin recibir el apoyo de nadie ‒ni de ningún abogado‒ y ahora que salió, no encuentra ninguna posibilidad de trabajo por sus antecedes penales.
El anterior acontecimiento narrado por el joven al Presidente en Palacio Nacional ha sido una constante en la juventud mexicana por décadas. No es un caso aislado, sino una problemática estructural del sistema capitalista que ha dañado el tejido social de los estratos bajos de la sociedad y que se recrudeció en el sexenio de Felipe Calderón ‒por la innecesaria guerra contra el narco‒. Si bien en la Cuarta Transformación no se ha resuelto, sí se ha hecho visible.
Se ha condenado a la miseria, a la inseguridad y a la injustica a la juventud por las últimas dos décadas, ya que el sistema económico y político dominante concentra la riqueza en pocas manos ‒arrebatándole a la clase obrera el fruto de su trabajo‒ y ha afectado, en particular, a las juventudes obreras. El sistema los mastica, tritura y expulsa de su concepción de juventud, porque no cumplen los estándares de la blanquitud ideológica, estética y privilegiada del sistema predominante.
El concepto de juventud que nos ha plasmado el sistema es aquel que se esconde en la meritocracia: “si te esfuerzas, saldrás adelante por mérito propio”. Esto oculta los problemas reales del grueso de la población joven, como el del hombre que irrumpió en Palacio Nacional y que está condenado al fracaso ‒no por falta de mérito, sino de condiciones y oportunidades que el propio sistema le negó al restringir su reinserción social y lo relegó a la periferia‒.
La idea de juventud que la gran mayoría tiene interiorizada cumple con los roles del sistema y crea estereotipos muy marcados ‒desde la formar de vestir hasta de hablar‒con vestimenta nada desaliñada, con un corte de cabello cuasi perfecto, con un cuidado de la piel que deslumbra (no porque sea malo). Asimismo, debe pertenecer a una clase social de padres profesionistas o de empresarios, e incluso asistir a una facultad o bachillerato de universidad pública o privada. No obstante, no reconoce a la juventud que se ubica en la periferia y que no cumple con ninguno de los estereotipos marcados en el concepto de juventud capitalista, lo que la condena al olvido.
El concepto de juventud en las formas del quehacer político convencional y correcto que imputa el capitalismo es de glamur y estatus para alimentar el caldo de cultivo de un régimen de poder entre los “políticos” o “representantes populares”. La juventud dentro de su aparato partidista –PRI Y PAN- ha sido como simple utilero del actor político o el representante popular; solo es funcional para la foto en campaña electoral o para medir la fuerza política. Ese ciclo vicioso se repetirá entre las nuevas juventudes y las viejas de esos partidos obsoletos. Se niega el carácter revolucionario de la juventud, que se encuentra en constante cambio con ideas frescas y dinámicas desde el seno de lo colectivo para cambiar su entorno.
Una tarea pendiente de la 4T es revalorizar el concepto de juventud en la vida pública, dignificando las instituciones que velan por su espíritu de lucha para plantear una sociedad justa, igualitaria y libre.
Juventudes del mundo: instrúyanse, agítense y organícense.