Se sabe que los índices que miden la pertenencia a determinado estrato socioeconómico o clase social utilizan al ingreso como la forma más fácilmente identificable para indicar el lugar de una persona o una familia en la escala imaginaria que utilizamos con el objetivo de colocar a la gente en algún cajón asociado al “nivel de vida” (usualmente entendido como hábitos de consumo). No obstante, la realidad siempre es más compleja y, a diferencia de los estratos más bajos y altos, la llamada clase media ha sido más difícil de identificar, caracterizar, estudiar e incluso estereotipar.
En su caracterización más simple, la clase media se define a través del poder adquisitivo y es común que, en este intento por definirla, se lancen cantidades que supuestamente indican objetivamente la pertenencia a ella. Sobre esto, es notorio que ni siquiera los métodos cuantitativos más básicos pueden definir con unanimidad el máximo y el mínimo de ingresos para este estrato y, en consecuencia, cada tanto aparecen cifras muy dispares. Mientras unos afirman que la clase media es la que tiene un ingreso de alrededor de 50 mil pesos mensuales, otros llegan a poner el ingreso mínimo por los 6 mil (como afirmó en 2011 el secretario de Hacienda Ernesto Cordero).
Además, para complejizar más lo que significa clase media, esta se ha asociado además con otros elementos todavía más ambiguos que el ingreso, como: el entorno cultural, la ideología, los hábitos, las aspiraciones, etc.
Con cifras tan distintas y elementos tan subjetivos, salta a la vista que la pertenencia a la clase media sea un hecho presumiblemente comprobable (por el dinero), pero al mismo tiempo sin claridad. Tal ambigüedad deja cauces tan abiertos para identificarse con algo no concreto: es un hecho que para un sector amplio de la población que tiene ingresos apenas suficientes para la supervivencia, la pertenencia a la clase media se da básicamente por autoadscripción. Para muchas personas, basta con sentirse clase media para ser clase media.
Por eso muchos estudiosos de este tema han afirmado que la clase media no se define por lo que es, sino por lo que no es; es decir, se trata de un estrato que no vive en la pobreza, pero tampoco en la holgura del exceso de las élites. Sin embargo, sí tiene un terror por bajar su nivel de vida y un anhelo muy fuerte por ascender, por lo que lleva en su (in)existencia el germen del conservadurismo.
Al mismo tiempo, se suele ver en ella el potencial ilustrado para entender la realidad e impulsar cambios profundos contra las desigualdades. Sin embargo, como vemos, dado que el concepto de clase media en lugar de definir a un grupo que tiene características compartidas, evoca a un sector muy plural y diverso, resulta relevante pensar en cómo se utiliza el concepto, a quiénes interpela e incluso si se ha sacado provecho de su ambigüedad.
Hay un intento del conservadurismo mexicano por invocar al sector más reaccionario de la clase media, para asociar sus deseos a los de los grandes capitalistas y que llegue a sentir un peligro fantasioso de que su imaginaria bonanza económica pierda el amparo de la corrupción neoliberal. Pero otra parte de la llamada clase media logra diferenciar sus intereses de los de grandes empresarios y patrones, puede asumir que la pobreza es el gran problema de nuestro país y, sobre todo, que sus anhelos de mantener un nivel de ingreso estable no están peleados con la lucha contra la corrupción rampante que creó un marco de desigualdad inmoral a todas luces.