Dentro del PRI, el PAN y ciertos ideólogos de medios, hay voces sensatas que pugnan por hacer oposición mediante el diagnóstico del país, mediante la socialización política, mediante la evaluación honesta de qué ha hecho bien el gobierno de AMLO y por qué mantiene elevada aceptación social, sin caer en la barbajanada clasista de que ello se debe a clientelas. Dicho de otro modo, hay por ahí, tímida y excepcional, una oposición democrática.
Empero, los protagonismos visibles de la oposición han adoptado una lógica tribal y maniquea, consistente en berrinches y pataleos contra absolutamente todo lo que provenga de la administración actual, incluido aquello que, guste o no, se ha hecho con acierto, como el proceso de vacunación en un contexto de pandemia, avances tangibles en obras públicas, estabilidad económica y alza al salario.
Del mismo modo, resulta ya un espectáculo predecible, cuando no risible, que ante la inexistencia de un proyecto de país definido por parte de ese sector, y una agenda política indefinida. Esos protagonismos ya se habituaron a tomar clavos ardientes del discurso de López Obrador y, como recomendaba Göbbels, convierten cualquier irrelevancia o fruslería -dicha en las mañaneras- en grandes tragedias y pábulos para inventar causas, que terminan siendo batallas imaginarias contra molinos de viento.
No hay que restarle importancia nunca al discurso presidencial, independientemente de dónde este sea emitido. Pero en lugar de cotejar con seriedad las palabras de AMLO, sus malquerientes se limitan a descontextualizar y tergiversar para convertir un dicho inicuo en la gestación de una amenaza monstruosa.
En días recientes, López Obrador acusó a la UNAM de haberse corrido a la derecha y al individualismo. Aun con ciertas trazas de verdad en esa frase (lo mismo habría dicho el CGH en 1999 no contra la UNAM pero sí contra su casta dirigente encabezada por Barnés), la realidad es que parece más un exabrupto poco reflexionado del tabasqueño.
La resonancia al respecto no debió pasar a mayores, bajo la consideración de que la Universidad es autónoma y, salvo en los delirios escandalosos de voceros opositores (como cuando juraban que AMLO querría imponer a John Ackerman en rectoría), no hay indicio alguno de que el presidente meta las manos en ella.
Sin embargo, el exabrupto ha dado pie a centenas de otros exabruptos de neo-pumas exaltados, que ya salen a “defender a la UNAM” de los presuntos agravios presidenciales.
No tiene mucho que de verdad hubo amenazas serias contra la UNAM. Un asno iletrado llamado Raúl Padilla dijo, en diciembre de 2006, que la UNAM “no era de calidad” porque ahí “el cinco es aprobatorio”, entonces, si alguien reprueba, le ponen cinco, que en automático se torna aprobatorio y entonces “nadie reprueba”.
Cualquier niño de seis años sabe que el cinco en cualquier lado, incluida la UNAM, est eprobatorio. Por ende, la imbecilidad que dijo Padilla fue un alarido monstruoso que genera al mismo tiempo risa y preocupación. Y la situación se agrava por el hecho de que ese sujeto era diputado panista cuando dijo eso. Y la situación se empeora cuando recordamos que asimismo era presidente de la comisión de cuenta pública cuando escupió tal idiotez. Y la situación se vuelve francamente intolerable cuando remembramos que esa mayúscula estupidez fue su argumento central para justificar una reducción al presupuesto de la UNAM.
Lo mismo con otros actores: el cínico hampón Felipe Calderón la calumnió en julio de 2012 al decir que “la UNAM te rechaza si eres de Michoacán”; o la senadora Teresa Ortuño, comparando el presupuesto universitario con “grasa que hay que cortar” en 2007; o el boquiflojo Francisco Calderón, quien en 2000 juraba que la UNAM no podía dar educación de calidad porque “sólo cobra quince centavos”.
Salvo las voces dignas de siempre, en esos episodios no hubo la andanada de élites en defensa de la UNAM. Y hoy, en el colmo de los colmos, esos otrora odiadores de la UNAM se envuelven en su bandera y saltan de su balcón, desgarrándose el alma por ella ante la mañanera presidencial.
López Obrador tiene ante sí no a un grupo de críticos democráticos y racionales, sino a un hatajo tribal de malinformados enfurecidos, que pretende hacer causa donde no las hay y pretende abrogarse banderas que toda la vida habían rechazado, sólo para tratar de arrebatar un poco de puntos de las simpatías populares por el Presidente.
Esa lógica tribal, maniquea, irracional y agresiva no beneficia a nadie. La incapacidad lectora de las élites opositoras del momento que vivimos los ha hecho nublarse la memoria y la congruencia. De seguir así el camino, seguirá vigente ese indigno espectáculo, donde la oposición está tan extraviada, que cuando el presidente mete la pata en lo que dice, sus malquerientes al reaccionar meten las dos.