Un término que define al individualismo y no a lo colectivo es servirse para sí mismo y no para los demás; este último, incluso sus distintas manifestaciones —que bien pudiesen ser moderadas o extremas—, conlleva un rechazo a concepciones económicas sustentadas en la nación de libre competencia.
En la historia, por lo menos desde el siglo XII, es posible identificar a unos cuantos grupos que se resisten a aceptar la transformación de la sociedad si esta se da fuera de sus tradiciones. La feudalización nace en Europa; resta una verdad histórica: “los obispos dejaron de actuar como funcionarios y, entrando en el proceso de feudalización, se transformaron en puros vasallos»… ¿Les suena?
En la Inglaterra del siglo XVIII surgió el pensamiento representado hasta hoy en nuestros días por el partido conservador. En pocas palabras, y para el estudio que nos ocupa, se pueden señalar grupos que no están de acuerdo con los cambios, sino que son partidarios del statu quo anterior y están dispuestos y aferrados a mantener su poder e influencia, utilizando la violencia, incluso digital.
Si hay algo que podemos definir e identificar como una expresión extrema de la derecha es el rechazo a aceptar las transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales.
Adolfo Hitler identificaba a los judíos y al socialismo como sus enemigos y definió como lucha política la derrotar a la socialdemocracia alemana. Para él, «el éxito en política solo pertenece a quien es brutal e intolerante; la masa, semejante a una mujer, tiene horror a los débiles, a los tibios; se somete al hombre fuerte, entero, fanático, que infunde miedo, que aterroriza», aseveraba. En el caso de Francia, René Rémond ha identificado tres derechas: la primera, contrarrevolucionaria, enraizada en la tradición; la segunda, a la que denomina orléanista, puede considerarse una derecha liberal, conservadora y defensora de la libertad, y la tercera, la bonapartista, inclinada al autoritarismo y el nacionalismo.
La primera corriente es identificada hoy en día como la extrema derecha, misma que jamás ha renegado de su identidad, donde le ha permitido ser intransigente y dogmática sin tener que ajustarse a las necesidades de la búsqueda del voto. Un tipo de pensamiento que se limita a regresar una y otra vez a lo mismo. No existe nada nuevo, se trata de un odio vivo. Rechaza el individualismo y reivindica una sociedad organizada en cuerpos que encuadran a los individuos; es antidemocrática, antiparlamentaria, antiliberal y —debo añadir— “antipueblo”.
La derecha liberal es una más moderada, busca situarse en el centro del espectro político y aparecer como un “movimiento unificador”. Al principio, se asume como “interesada” en la reflexión y la construcción de una base doctrinal, identidad que se fue relegando con el paso del tiempo por el ejercicio del poder y las obligaciones que este impone —desde las necesidades de una gestión hasta la competencia por el voto y la lucha de intereses particulares y en comunes—. Brilla poco a nivel intelectual, con comportamientos fuertemente individualistas, una corriente poco dispuesta a aceptar la disciplina partidista impuesta desde arriba, lo que la obligó a formar coaliciones para gobernar.
La tercera corresponde al gaullismo, movimiento encabezado por el general Charles de Gaulle quien, por medio de sus reuniones masivas, plazas y auditorios llenos, críticas a las instituciones, al papel de los partidos y a su peso fundamental en el Parlamento, condujo a Francia por el camino de una nueva constitución para tener instituciones que fortalecieron y centralizaron el poder del Estado. En el plano de la política exterior, la defensa de la soberanía nacional se tradujo en la reconstrucción de la «grandeza de Francia». Los millones de votos que llegó a obtener el general de Gaulle no han sido conseguidos desde su salida del poder por este partido, debido a que no ha logrado reunir en un solo movimiento a ciudadanos identificados con postulados de la derecha y a algunos otros que lo hacen con los de izquierda, como sí lo hizo de Gaulle.
En décadas recientes, la extrema derecha ha cobrado vigencia con un discurso en contra de la inmigración no sólo en Francia sino en los países de mayor dinamismo económico en Europa y en Estados Unidos, este último destino principal de las migraciones internacionales masivas que caracterizan al actual período de desarrollo del capitalismo en el mundo.
Actualmente la extrema derecha participa en procesos electorales, pero mantiene —como en el pasado— su inclinación por la acción directa; es decir: está convencida de que los partidos políticos y las instituciones democráticas no le permitirán alcanzar sus objetivos. Por tanto, su accionar se basa en la violencia, la intimidación por medio de grupos de choque que lo mismo persiguen, golpean y asesinan, incendian los lugares o disuaden a las mujeres decididas a realizarse un aborto de ingresar a las clínicas especializadas. El temor que logran infundir sigue siendo su arma más eficaz. ¿Se entendió claramente lo que sucede hoy en día?
Las manifestaciones de esa extrema derecha son resultado de una labor intelectualoide y se centran en aspectos sociales y culturales, lejos de una discusión sobre las instituciones políticas. El temor que despiertan las diferencias étnicas, religiosas y culturales, subyace en los planteamientos de quienes —en nombre del sentir general— lamentan la brecha que se ha abierto con los líderes políticos y empresariales, «a quienes cada vez importa menos la ‘identidad nacional'».
En México, surgen a raíz de la revolución mexicana, que inició un proceso de diferenciación de las fuerzas políticas. Con el tiempo, y entre cambios a nivel económico, político y social, trajo consigo al nacimiento de una derecha contemporánea, emanada de las ideas provenientes de la misma Europa. Desde el Presidente Lázaro Cárdenas, por su educación socialista, nació la fuerte oposición de la derecha.
Por otro lado, nace la Unión Nacional Sinarquista, una derecha tradicionalista ligada al clero católico inconforme con los arreglos de 1929 entre la Iglesia y el Estado. Hoy en día no trasciende, ya que no se constituye como partido por no tener aún definida su ideología y que existe hoy la separación Iglesia-Estado.
Por último, el Partido Acción Nacional es una organización política de derecha conservadora; sin embargo, una investigación del historiador y caricaturista Rafael Barajas, “El Fisgón”, detalló en “La raíz nazi del PAN” que Aquiles Elorduy, uno de sus fundadores, fue director de un semanario llamado “La Reacción”, medio propagandístico nazi.
“Por todo lo anterior, se puede afirmar que La Reacción, fundada en 1938, y el PAN, fundado en 1939, fueron dos órganos de un mismo cuerpo político, y que en el momento en que Alemania va ganando la guerra, el semanario nazi fue portavoz de Acción Nacional. De modo que, más que sabios humanistas que tenían fe en el futuro democrático de México, una buena parte de los políticos y escritores que fundaron el PAN en 1939 –el año en que dio inicio la segunda guerra mundial– eran simpatizantes del nazismo.16 Cabe suponer que el nombre de Acción Nacional pareciera estar inspirado en el de dos importantes partidos fascistas: Action Française (partido de restauración monárquica, fundado por Charles Maurras en 1898) y el Partido Nacional Socialista de Hitler.
El Fisgón en La raíz nazi del PAN
A lo largo de su historia, Acción Nacional atrajo a ciudadanos que creían en los valores de la democracia (entre ellos, los miembros del Foro Doctrinario), pero la estrategia de usar la democracia como mera fachada siguió viva en el PAN mucho después de la derrota mundial del fascismo. En 1955, en una carta a un correligionario, Gómez Morín escribe:
En México, la autoridad debe instaurarse por el sufragio. Por el sufragio universal. Esa es nuestra realidad formal. Más tarde veremos o verán nuestros hijos si se da un voto calificado al jefe de familia, si deben tener representación como tales, los claustros universitarios, los intereses económicos, las comunidades profesionales, las jerarquías eclesiásticas…17.
Esta utilización pragmática de la democracia sigue viva en la derecha mexicana y explica el caso de Los Amigos de Fox en el 2000, los fraudes electorales de 2006 y 2012, y las redes clientelares que el PAN le pelea al PRI en 2013.
Origen es destino. No podemos olvidar que, entre los fundadores del PAN, al lado de Elorduy y Zuloaga estaba Luis Calderón Vega, el padre de Felipe Calderón. En el PAN profascista de 1939-1942 –el de La Reacción (?)– parecen estar las raíces de la cultura política que imperó en el sexenio calderonista: la promesa democrática como medio para imponer una visión autoritaria, tradicionalista y clerical, el discurso humanista que encubre la disposición a sacrificar a miles de personas por un fin superior (ya sea acabar con el comunismo, el populismo o las drogas), el recurso de convertir el odio a un enemigo en una causa sagrada (llámese Stalin, Cárdenas, Lombardo Toledano o López Obrador), la idea de que hay grupos humanos inferiores que no tienen derecho alguno (ya sean judíos, chinos, nacos o delincuentes) y la disposición a someterse a las lógicas de un imperio (llámese el Tercer Reich o Washington).
La derecha mexicana nunca ha practicado la autocrítica; niega y esconde sus horrores y errores. Ha hecho lo imposible por enterrar las pruebas de su pasado nazi, pero conserva su esencia dogmática y autoritaria. Mientras no se haga una revisión profunda y una autocrítica sincera, no podemos esperar nada mejor de esta derecha que el fanatismo, el atraso, la hipocresía y la crueldad. Esta autocrítica debería de comenzar por una revisión de su pasado nazi.»
Podemos entonces afirmar y comprobar que la derecha mexicana hoy en día ejecuta su maquinaria (o lo que queda) más allá de lo físico: la era digital llevan a una guerra digital y mediática.
En otras palabras: aunque la mayoría de la sociedad mexicana no coincidía con el credo neoliberal, sus ideas alternativas no tenían espacio en los medios. Y aunque los neoliberales tenían casi el 100% de los espacios de comunicación, no conseguían influir decisivamente para detener el cambio que se avecinaba. Pero súbitamente se está exhibiendo la baja calidad intelectual de sus elaboraciones y colaboradores.
Construyeron una red de opinadores que no van más allá que de un guion establecido que deben cumplir a cabalidad: impulsar su ideología a través de la violencia en cualquier formato. Todo un fracaso. En la derecha no hay progreso, avance o evolución alguna; solo el estancamiento de una ideología ya obsoleta y vieja, que hoy se encuentra paralizada ante una agonía que cada vez cobra más fuerza.
Bien decía, Octavio Paz: en la derecha no existen las ideas, solo intereses.