Los resultados de la última elección en la Ciudad de México obligan a hacer un esfuerzo por caracterizar al sector de la población medio y acomodado que salió a votar “útil” contra Morena y el polo obradorista. Es extraño observar que hay franjas de ese sector que se alejan de la derecha tradicional. Personas que incluso simpatizan con la ampliación de libertades individuales (matrimonio igualitario, aborto legal y seguro, etc.) y agendas que usualmente consideramos anitéticas del programa conservador.
¿Qué mueve a una persona progresista de clase media a votar por el PAN, el espacio histórico de la derecha nacional? El proceso político que inició en 2018 desbordó el eje izquierda-derecha y, por lo tanto, también el marco simbólico de referencia en la vida política de nuestro país. Álvaro García Linera, siguiendo a Bordieu, propone el concepto de capital étnico para países coloniales como Bolivia o México. Ser blanco en países como los nuestros implica una expectativa de acceso preferencial a espacios y a tener una voz privilegiada en la conversación pública.
Con Evo, el Estado en Bolivia priorizaba el diálogo con organizaciones sindicales y organizaciones de los pueblos originarios por encima del diálogo con empresarios o académicos. El fenotipo europeo y los hábitos de clase se cotizaron a la baja. Esto con el paso del tiempo va fraguando una sensación de pérdida en estos sectores, casi como ver disminuidos sus ahorros por una caída de la moneda. A esto se le sumó que con la mejora en sus ingresos, los sectores populares comenzaron a ocupar espacios a los que nunca habían accedido. La mayoría de integrantes de las clases medias y los sectores acomodados se horrorizaron frente a la posibilidad de tener que cohabitar colonias residenciales y compartir centros comerciales con quienes históricamente miraron hacia abajo.
En la Ciudad de México vivimos un proceso germinal, pero similar. Sectores acostumbrados a situarse en el centro de la conversación han sido desplazados a posiciones periféricas. Hoy por hoy, contar con credenciales académicas no garantiza ser un interlocutor natural del gobierno. Participar en alguna organización de la sociedad civil, tampoco. Los acadaulados dejaron de interactuar con altos funcionarios en sus clubes sociales. Su capital étnico y social, se devaluó a un ritmo y velocidades inéditas en décadas. Por eso a ese sector le interpela el relato de la “restauración autoritaria” y la “democracia en peligro”. Su voz en el espacio público disminuyó como nunca antes.
Mientras tanto, el Presidente vuelca los programas y acciones prioritarias a las zonas más olvidadas del país. Se ha reunido más veces con las comunidades yaquis que con agrupaciones de intelectuales o académicos de la capital. Dedica los fines de semana a visitar comunidades del interior que ni los gobernadores se toman el tiempo de recorrer. La interlocución con el gobierno cambió, y con ella, los lugares en la mesa. Así el comensal fuera de izquierda o de derecha, a la clase media citadina le tocó acomodar su silla dos filas detrás.