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La ética en la 4T: la trinchera a defender

La lucha contra la corrupción y la impunidad, la erradicación de privilegios y el gasto responsable de los recursos públicos fueron, en general y durante más de 12 años, la argumentación con la que Andrés Manuel López Obrador construyó la base social y política que lo llevaría a la presidencia en 2018.

Está claro entonces que López Obrador forjó durante todo ese tiempo los indicadores cualitativos con los que se mediría su gobierno, creados a partir de «lo correcto» y «lo incorrecto»; indicadores a veces subjetivos, a veces objetivos (según los contextos), pero fundamentales en la cultura pública de la Cuarta Transformación.

De esta forma es que en todos los órdenes de gobierno y a todas y todos los funcionarios que alcanzaron el poder gracias a las siglas de la Cuarta Transformación se les medirá bajo indicadores subjetivos, con foco puesto en su ética, en «lo correcto», en su honestidad y vida austera.

La derecha ha centrado su discurso opositor en dos únicos pilares fundamentales: la ética en el ejercicio de gobierno y la capacidad de esta nueva clase política para ejercer los cargos que les fueron conferidos. Para esta oposición, luego de décadas de excesos, corrupción y privilegios, el único recurso a su alcance no es demostrar que son mejores, sino demostrar que la alternativa es igual a ellos.

Pasaron del «yo lo hago bien y tú lo haces mal», al «yo lo hago mal y tú también», lo que impulsa una cultura generalizada de desdén y antídoto contra la movilización y organización popular resumida en el clásico «todos los políticos son iguales». Así se mantiene la dinámica del voto de castigo y el voto de miedo.

He ahí el mayor riesgo para el movimiento y su lucha genuina de transformación, porque en aras de una estrategia pragmática que permitiera una victoria aplastante de AMLO en las urnas —única forma de evitar un nuevo fraude electoral— se construyeron alianzas y se les abrieron las puertas a centenares de personajes identificados con el viejo régimen quienes, disfrazados de ovejas, simularon entender y apropiar la cultura de la Cuarta Transformación.

Para ejercer el poder estaba claro que se tenía que echar mano también de personas experimentadas en cargos públicos y sensibles que redujeran la llamada curva de aprendizaje; sin embargo, a muchas y muchos de ellos su pasado les alcanzó, les reventó en la cara y los expuso a la mirada inquisidora de una oposición desesperada por señalar y gritar «mira, es tan deshonesto como nosotros».

Sin duda, el desgaste presidencial en el caso de López Obrador viene de ese entorno volátil que en cualquier momento le detona enfrentándolo a su cultura, su ética y congruencia, un entorno plagado de traiciones, de revelaciones y complicidades.

La investigación internacional llamada Pandora Papers trae a la conversación a personajes ligados a la Cuarta Transformación y, con ello, abonan a la narrativa triunfalista de la oposición, quienes con su dedo flamígero señalan satisfechos la desafortunada revelación, que se suma a otras tantas revelaciones en funcionarios de todos niveles, en todos los órdenes, en todo el territorio.

Como lo señala Rafael Barajas: “Lo que hicieron puede no ser ilegal, pero no es correcto”, incluso puede no ser reciente, sin embargo, se opone al pilar ético de López Obrador.

La derecha encontró en la desinformación un gran recurso, con mecanismos muy fuertes y organizados para crear percepción a partir de amplificar estridentemente el mínimo dejo de deshonestidad y abusos de los gobiernos de la Cuarta Transformación.

Denunciar, investigar, separar de sus cargos y/o sancionar son remedios infalibles en contra de los abusos del poder. Pero es muy importante también no caer en el error de la complicidad, del encubrimiento o de la censura. No pocas voces se ha confundido el genuino trabajo del periodismo de investigación, ético y objetivo, con el sucio aparato de la calumnia y la descalificación. Escudarse en que los adversarios «robaron más» es caer en el mismo juego del opositor. Se trata de ser mejores, no «menos peores».

Mirar a otro lado no abona a la transformación. Defender el proyecto obradorista es también denunciar los abusos y la corrupción venga de quien venga. Cada obradorista es vigilante del correcto ejercicio ético del poder. La ética y el pragmatismo no están peleados.

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