La Guardia Nacional a la Sedena

Desde su creación durante el inicio de la actual administración, la figura de la Guardia Nacional ha sido objeto de controversia en el círculo rojo de la opinión pública. Si bien es comprensible que las alarmas se disparasen después de doce años de que el país estuviera inmerso en una “Guerra contra el narco” —la cual ha dejado cientos de miles de muertes, desapariciones y una ruptura del tejido social que tardará décadas en recomponerse—, me atrevo decir que, en un inicio, dicha controversia y negativa ante la creación de un cuerpo de seguridad como la GN, obedeció más a aspectos simbólicos que a un análisis serio sobre las condiciones materiales que llevaron a un gobierno que se había pronunciado en contra de la militarización a crear un cuerpo de seguridad conformado por miembros adscritos a distintas entidades de seguridad, entre ellas la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y la Secretaría de Marina (Semar).

La controversia se reavivó cuando, la semana pasada, el Presidente Andrés Manuel López Obrador mencionó en una de sus conferencias mañeras la intención de enviar una iniciativa en 2023 para que la Guardia Nacional se integre formalmente la Sedena; nuevamente —y de inmediato— algunos personajes y medios tomaron el asunto para emitir sus críticas y postura de negativa al respecto. Tanto quienes lo hacen con intenciones mediáticas amarillistas, como quienes lo hacen genuinamente con buenas intenciones, coincidieron en concluir con el concepto incierto de “militarización”.

Sin embargo —e indudablemente—, el despliegue de elementos de la GN en el territorio ha estado muy lejos de compararse con la estrategia de seguridad empleada por Felipe Calderón y continuada por Enrique Peña Nieto. Pese a que a que hay quienes insisten en “meterla en el mismo saco”, no se trata de una estrategia en donde los cuerpos militares salen directamente a cazar a los cárteles armados del crimen organizado y a enfrentarlos con las armas en una lógica bélica de mexicanos contra mexicanos dentro del mismo territorio: la GN tiene la tarea de coadyuvar a las policías locales cuando estas lo solicitan. Omitir lo mencionado es uno de los principales errores de quienes argumentan en contra de la presencia de la GN en zonas estratégicas del país.

La pacificación del país será un proceso de largo plazo; eso lo tiene claro el Presidente y de ahí parte la intención de la iniciativa. Sería muy fácil lavarse las manos, darle gusto al sector mas crítico y dejar a la GN bajo un mando civil, pero ¿quién apostaría al éxito de ello? No se puede predecir el futuro ¿han imaginado lo que significaría una institución de ese calibre bajo la eventual coordinación de un personaje como García Luna? ¿Cómo garantizar la disciplina y la formación de los elementos?

La integración de la GN a la Sedena es una reforma que pasará casi por seguro, entonces —y teniendo esto en cuenta— lo que debería de ocuparnos no es bombardear con mensajes y mesas de discusión para argumentar en contra de ello, sino que la discusión debería de centrarse en cómo será la propuesta de reforma y cómo eliminar todos los elementos de incertidumbre bajo los que actualmente opera la GN.

Por irónico que se lea, la manera más rápida de regresar a los soldados a los cuarteles será reforzando la GN, sustituyendo los elementos de las fuerzas castrenses por elementos formados como Guardias para la seguridad pública, pero con el mismo nivel de disciplina, la mima rigurosa formación y el mismo nivel de confianza y baja percepción de corrupción con la que los percibe actualmente la mayoría de la población.

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