Fernando Rosique pp-Horizontal

La migración (II)

Anteriormente hablé de la migración como una cuestión inherente al ser humano. De hecho, ninguna civilización surgió por generación espontánea, sino que han sido producto de los flujos migratorios provocados por la supervivencia humana, la exploración y el deseo de dominio.

Con el tiempo, la historia de las naciones es también una historia de migración y la búsqueda de identidad creo los nacionalismos. La nación es esencialmente la identificación con el símbolo de la creación de una comunidad apegada al territorio. En la actualidad hay dos grandes visiones sobre esta identidad.

Por un lado, el dinamismo que brinda la globalización económica, financiera, comunicacional y tecnológica ha roto las “barreras” territoriales creando la noción de una identidad global y cosmopolita. Si bien es cierto que la globalización, para unos inició cuando los europeos inician la expansión territorial en América y el comercio con oriente, el fuerte brío que le dio la tecnología a la comunicación aceleró de manera vertiginosa este proceso identitario, el ser se convirtió en consumidor de cultura universal.

Por el otro lado, están aquellos que se escudan en las barreras culturales propias y la identidad nacional para “proteger” su historia y acentúan los nacionalismos repeliendo estos intentos globalizadores que hegemonizan el pensamiento, pues alegan que rompen la armonía de las comunidades y su autodeterminación.

En consecuencia, nos encontramos en una encrucijada moral, pues como mencioné en el artículo anterior, los valores se universalizan, reeditando los cánones identitarios que definen a una comunidad originaria. La creación narrativa de una amenaza es el discurso político de la actualidad.

Si bien es cierto que los Estados han reconocido casi unilateralmente que todo ser humano es acreedor a ciertos derechos, aún existen resistencias político-culturales a esta universalización. De todos modos, la historia que ha sufrido la humanidad con el pasar de las guerras, las expansiones, etc., ha demostrado que los seres humanos necesitan respetarse para encontrar una solución pacífica a sus conflictos.

No obstante, los discursos moldean las actitudes sociales y crean sentimientos de odio hacia el “otro”, aquel que no pertenece a la comunidad y, dicen, la corrompe al grado de modificarla y “degradarla”.

Ese es el discurso de los nacionalistas de derecha, que centran el odio hacia el “otro” para ganar adeptos. Usan el miedo para crear en las mentes de las personas un sentimiento de rechazo a lo “malo” y definen lo “bueno” o lo “aceptado” en una comunidad, satanizando al diferente y orillándolo a la exclusión. La “excepción” como política es utilizada por el Estado para centrar todos sus recursos en “aniquilar” ese mal y proteger a la comunidad, decantando en políticas xenofóbicas.

Del lado de la izquierda, el nacionalismo no es excluyente, es reivindicativo de la autodeterminación de una nación sobre otra opresora o más fuerte, afirmando que dentro del plano del derecho deben dirimirse los conflictos y no colocan al extranjero en una situación de excepción, sino todo lo contrario universaliza el sentimiento de lucha de clase, pues su lucha no es territorial es política y va contra la dominación abusiva del más fuerte.

Es por eso, por ejemplo, que el Cardenismo es fundamentalmente nacionalista de izquierda, pues aceptó a los refugiados españoles del franquismo, a los judíos del exterminio alemán e identificó que la lucha es contra el opresor, no contra el diferente.

Es importante tener en cuenta está diferencia en definiciones, pues con mucha facilidad, en la era de la información, confundimos la gimnasia con la magnesia y en consecuencia falseamos el uso de los conceptos y las ideas, malogrando juicios y confundiendo a la población de las cuestiones verdaderamente políticas.

La lucha ideológica toma dimensiones que parecen inexploradas, pero la realidad es que los planteamientos políticos por su naturaleza conciben la totalidad de las cosas, y la migración no es la excepción. Si queremos construir un mundo más justo, debemos comenzar en respetarnos y reconocernos primordialmente como seres humanos acreedores de derechos y con capacidad de autodeterminarse repeliendo los atentados contra la vida y la discriminación que traen los discursos de odio.

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