La nefasta derecha en México se está pasando de la raya intentándolo todo con tal de multiplicar un discurso elitista y separatista, desde sus impertinentes caravanas a favor de la familia heteronormada, sus exposiciones mediáticas golpistas, los plantones con casas de acampar vacías y hasta llegar a las prácticas terroristas, como el caso del software espía Pegasus, en el que se invirtieron más de 6 mil millones de pesos en el gobierno de Enrique Peña Nieto para tener vigilados a importantes liderazgos y activistas de la izquierda mexicana.
Entonces, mediante la defensa y promoción de las corrientes de pensamiento conservadoras, es que se justifica un sinfín de abusos y discursos de odio que únicamente hacen resonancia lógica en la cabeza de estos grupos minoritarios y rapaces que se aferran a conservar un sistema social de privilegios que no es rentable para nadie, mas que para ellos mismos y sus intereses creados.
Es “normal” (de esa normalización tóxica de la que nos debemos ir desprendiendo) que en México exista una participación política importante por parte del clero, aunque esto en si mismo parezca contradictorio, basta recordar que hasta antes de la llegada de la 4T a Palacio Nacional en la Secretaría de Gobernación existía una subsecretaria de asuntos religiosos, con presupuesto y capacidad operativa autónoma, instancia que fue diluida por los principios de austeridad del nuevo gobierno.
Sin embargo, desde la fundación del Estado mexicano se tienen antecedentes de la importante influencia de la iglesia católica para la edificación de nuestro sistema político, social y de gobierno, influencia que de manera histórica ha optado por imponer la reproducción de conductas discriminatorias, opresoras y de explotación, donde la romantización de la pobreza es su modus operandi y sus intentos por penetrar en las decisiones del Estado son cada vez más frecuentes.
Los debates comunes y constantes sobre la ideología de la derecha mexicana, tanto en el territorio como en redes sociales, responden a una lógica de sistemas de vida impuestos por este sector de la sociedad, mismos que nos indican que tipo de educación debemos recibir, en que colonias debemos vivir, que usos y costumbres debemos reproducir, la obligatoriedad de la maternidad, la heteronorma, el sistema de familia tradicional, el individualismo, la objetivización de la niñez y las mujeres entre otras corrientes de comportamiento social que hasta hace poco no teníamos permitido cuestionar.
Por fortuna, ya no estamos en ese entelarañado siglo XX que tanto nos persigue, ahora, tenemos el compromiso de iniciar con una era de nuevas posturas y reflexiones, donde la narrativa de la realidad actual tenga como fundamentos esenciales el amor, la felicidad y el bienestar en comunidad, debemos crear células de vida más horizontales e igualitarias, así como apostarle a la construcción de un sistema de Estado cada vez más accesible y democrático.
Lo anterior sin importar los niveles de radicalidad de fondo y forma a los que tengamos que llegar, a fin de cuentas ese es el deseo, la deconstrucción de las estructuras opresores las cuales en gran medida el sistema religioso -encapsulado ahora en las corrientes políticas conservadoras- ha sido responsable de crear; no podemos bajar la guardia, no debemos permitir que las cúpulas de poder continúen decidiendo sobre el ejercicio de nuestros derechos.
No vivimos más en un esquema en el que el privilegiado tiene la facultad de decidir el futuro del menos favorecido, no tenemos más un gobierno alineado a los intereses cupulares, ya no somos el México en el que se le rendía pleitesía a liderazgos fantoches, bien vestidos y perfumados; tanto en la elección federal de 2018 como en la elección intermedia de 2021, la ciudadanía entrego su confianza a un nuevo proyecto de nación en el que impera la justicia social, la economía redistributiva y el respeto a las libertades.
Es momento de que los grupos conservadores en México estén a la altura del debate, basta ya de promover una oposición mediocre e insensible, llena de posturas arcaicas y desfasadas donde pareciese que su único interés es provocar el colapso de la inminente transformación de la vida pública del país.
La sociedad mexicana no requiere más de virreyes ungidos con el poder divino desde su nacimiento, la sociedad mexicana requiere organización y autonomía, donde el poder popular sea el centro de la voluntad general, lejos de intereses individuales que continúen abonando al empobrecimiento de muchos y al enriquecimiento de solo unos cuantos.