Se conoce como ola progresista, o marea rosa, al fenómeno latinoamericano de los gobiernos de izquierda o centro izquierda que llegaron al poder con un amplio margen de respaldo popular en la primera década del siglo XXI. Estos proyectos, también llamados progresistas, representan una reconfiguración de la izquierda en el continente, que permitió el abandono de la ortodoxia revolucionaria y que facilitó la integración de las masas populares, afrentadas por la precariedad neoliberal, a la lucha de movimientos sociales que triunfaron en elecciones por todo el continente.
Los triunfos electorales de Venezuela en 1999; Brasil y Argentina en 2003; República Dominicana y Panamá en 2004; Bolivia y Uruguay en 2005; Chile y Honduras en 2006; Ecuador y Nicaragua en 2007; Paraguay y Guatemala en 2008 deben ser entendidos como parte de este fenómeno; cuyo común denominador es impulsar procesos soberanistas de nacionalización de sus recursos naturales, la implementación de políticas redistributivas y de fortalecimiento de su identidad nacional, su posición antiimperialista y la búsqueda de la integración regional.
Esta primera ola enfrentó una vuelta conservadora a partir de 2015 con la derrota en las elecciones parlamentarias de Venezuela y la instauración de un “gobierno legítimo” en la persona de Juan Guaidó; con los juicios políticos a Dilma Rousseff y Luis Ignacio Lula en Brasil y a Cristina Fernández en Argentina en 2016, así como con el viraje político del gobierno de Lenin Moreno en Ecuador, que significó el abandono de la revolución ciudadana de Rafael Correa y la renuncia de Evo Morales en Bolivia en 2019. Estos y otros recambios fueron motivados por crisis políticas que pueden ser abordadas bajo la mirada del fenómeno del neogolpismo, del que no es objeto esta columna pero que no podemos omitir señalar.
Sin embargo y a pesar de los esfuerzos de los sectores conservadores del continente; una segunda ola progresista se avizora en el horizonte desde el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México en 2018, a la que se suman las victorias de Alberto Fernández en Argentina (2019), Laurentino Cortizo en Panamá (2019), Luis Arce en Bolivia (2020), Pedro Castillo en Perú (2020), Gabriel Boric en Chile (2020), Xiomara Castro en Honduras (2022), Gustavo Petro en Colombia (2022) y Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil (2023).
La primera particularidad que hay que destacar entre la primera y la segunda ola es la adición de nuevos países que no se encontraban dentro de la órbita progresista, pero que en está segunda, se suman permitiendo establecer una red más amplia de gobiernos que buscan la cooperación y la conformación de espacios con vocación latinoamericana e integrista.
Otra cuestión para destacar es que la primera ola representó un esfuerzo refundacional de gran calado en países como Venezuela, Bolivia y Ecuador; asambleas legislativas tuvieron la encomienda de redactar nuevas constituciones que se correspondieran con el proceso en ciernes; reformularon el estado a la media de la transformación que aspiraban para sus pueblos. Esta transformación radical provocó también las respuestas radicales que hemos presenciado en la polarización, esfuerzos golpistas y crisis políticas que han atravesado estos países.
Por eso, cuando miramos a la segunda ola, no advertimos planteamientos radicales de refundación nacional, sino esfuerzo moderados y pragmáticos de reformismo que mantenga la gobernabilidad y las tensiones al mínimo con el fin del paulatino avance de los procesos de transformación; la apuesta parece ser al mediano y largo plazo.
Esta actitud moderada se percibe también en la relación que los gobiernos de la segunda ola mantienen con los Estados Unidos que, a diferencia de la confrontación abierta y la narrativa “David y Goliat” que tuvieron algunos dirigentes de la primera ola, se antoja de mayor cooperación y cordialidad, sin por ello ser entreguista y sumisa.
Este aspecto cobra relevancia frente al avance de potencias como China y Rusia en la región, con quienes los gobiernos de la primera ola tendieron puentes de comunicación, comercio y cooperación que ponen nerviosos a los Estados Unidos, pero que para América Latina representan la alternativa política y económica a un mundo se enfila a ser multipolar.
Sin duda la segunda ola vendrá a reforzar los proyectos de nacionalización y los impulsos extractivistas que les permitan apalancar las políticas de redistribución, los proyectos de justicia social y el avance de la equidad en las sociedades del continente; la cooperación será fundamental para hacer frente y potenciar los esfuerzos de integración que desde el siglo XIX han inspirado a las grande mujeres y hombres de nuestra américa.
Es un gran momento para nuestro continente y sin lugar a duda, el liderazgo que las naciones reconocen en el Presidente de México vendrá a abonar a la construcción de mejores canales de entendimiento, solidaridad y latinoamericanismo.
Desde este espacio celebramos y saludamos la iniciativa del Plan para la contención de la inflación que propuso el presidente Andrés Manuel López Obrador y que reunirá el próximo 5 de abril a los mandatarios de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva; de Colombia, Gustavo Petro; de Cuba, Miguel Díaz-Canel; de Argentina, Alberto Fernández; de Chile, Gabriel Boric; de Bolivia, Luis Arce y de Honduras, Xiomara Castro.