Hoy, después de los resultados, podemos afirmar que el proceso electoral 2021 nos ha recordado la importancia de entender y participar en la vida democrática de nuestro municipio, estado y país. Sin duda, la democracia es fundamentalmente un modelo de organización política, pero hay que considerar que no podría funcionar eficientemente ante la ausencia de algunos elementos que incluso se relacionan con parámetros para medir su calidad, como la cultura política, un factor que en buena medida define el cómo se es ciudadano/a. Por ello, es importante tener referentes como la aportación de Gutiérrez, que afirmó que la cultura política se puede entender como aquellas “percepciones, creencias y convicciones socialmente compartidas que conforman una suerte de código de interpretación que permite a grupos específicos entender la política de una determinada manera”.
Necesitamos una nueva forma de entender la democracia, pues si bien es cierto que la familia, la escuela, los grupos sociales y los medios de comunicación contribuyen a la formación cívica, esta educación debe ser complementada por el conocimiento formal de los fundamentos de la organización cívica, social y política, el desarrollo de habilidades y valores relativos al ejercicio de los derechos y el fomento de actitudes positivas respecto al cumplimiento de las obligaciones ciudadanas. En este contexto, la democracia, además de ser esencialmente una forma de gobierno, se puede entender también como un esquema de convivencia e interacción social y política. El bienestar y la convivencia social requieren, además de la existencia y el cumplimiento de las leyes, que los individuos conozcan, valoren y pongan en práctica derechos y obligaciones sociales.
En un contexto democrático, aprender a ser ciudadano/a tiene que ver, justamente, con la socialización de un código de interpretación particular basado en ciertos valores, conocimientos y principios específicos que determinan la forma en que se relacionan los ciudadanos/as entre sí y con sus gobernantes y representantes. Uno de los retos principales de los países que se encuentran en etapa de consolidación democrática, -en voz de las y los especialistas-, se relaciona directamente con la formación de individuos que no solamente integren un régimen político democrático, sino en general, una sociedad democrática. En otras palabras, a lo que se hace alusión es a procesos de educación con una perspectiva cívica. En ese sentido, una noción mínima del civismo, es la que ofrece la Real Academia de la Lengua Española, que lo define como: “celo por las instituciones e intereses de la patria, o bien como un comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública”.
A través de diversas investigaciones se ha llegado a la conclusión de que la participación ciudadana, para convertirse en instrumento de desarrollo, empoderamiento y equidad social, debe ser significativa y auténtica, involucrar a todos y todas, diferenciando, pero también, sincronizando sus roles, y darse en los diversos ámbitos y dimensiones de lo educativo: desde el aula de clase hasta la política educativa, dentro de la educación escolar y también de la extra-escolar, en los aspectos administrativos y también en los relacionados con la enseñanza y el aprendizaje, a nivel local, nacional y global. A su vez, la formación ciudadana implica el desarrollo de la competencia denominada aprender a aprender, así como el desarrollo de habilidades sociales, la capacidad para comunicar posturas propias y valorar las posturas de las y los otros, en distintos contextos. Lo anterior, involucra el desarrollo de una actitud positiva hacia la participación ciudadana, como un vehículo para la construcción del espacio público, la resolución de conflictos, y la consolidación del proyecto país en el que queremos vivir, e implica el desarrollo de personas competentes para participar activamente en la transformación de la sociedad, es decir, comprenderla, valorarla e intervenir en ella de manera crítica y responsable, con el objetivo que sea cada vez más justa, solidaria y democrática, lo que conlleva el desarrollo de capacidades analíticas, actitudes empáticas y de tolerancia.
Después de haber participado en las elecciones, algunos/as con participación activa, otros/as más tomando decisiones en lo individual y ejerciendo su derecho ciudadano al voto, quienes asumimos nuestra responsabilidad en la vida democrática estamos en un momento decisivo, debemos entender y ejercer nuestra responsabilidad, así como nuestros derechos, con conciencia. En la medida en que logremos aprender a relacionarnos de un modo distinto, privilegiando el diálogo, la resolución pacífica de conflictos, participando en la vida pública y responsabilizarnos de las obligaciones que acompañan a nuestros derechos como ciudadanos/as, podremos avanzar hacia esa sociedad que anhelamos y que las nuevas generaciones merecen; para lograrlo, hagamos nuestro lo dicho por Juan Enrique Huerta: “El indicador que más frecuentemente se usa para referir a la calidad de una democracia es en qué medida participan sus ciudadanos en la esfera pública”.
Sin duda, la consulta ciudadana para la revocación de mandato representa una verdadera y fundamental oportunidad para avanzar hacia la democracia plena: participemos y seamos referente para las nuevas generaciones, dejando huella, como sociedad, en la historia de nuestro país. Entendamos que no sólo se trata de acceder a un espacio de poder y toma de decisiones, sino también, de estar realmente conscientes de que se trata de asumir que la permanencia en dicha función dependerá del desempeño y resultados que al pueblo se demuestre… tomemos en nuestras manos y hagamos uso de la esencia de la democracia, siempre recordando la máxima: “Con el pueblo todo, sin el pueblo nada”.
