Esta semana inicié la más grande responsabilidad de mi joven vida: informar a la ciudadanía desde el noticiero matutino de la televisión pública de Sonora. Asumo con seriedad la gran responsabilidad de estar al frente de un noticiero en un espacio antineoliberal, en una empresa pública, en la televisora del Pueblo de Sonora.
La idea se ha repetido en muchos espacios: la izquierda necesita comunicar.
La clase de élite académica tecnocrática dentro de la izquierda, que insiste en la implementación de políticas públicas integrales, eficientes y ejecutivas como pilar del proyecto político de la izquierda, se equivoca. La izquierda que en México ha pulverizado a las oposiciones reaccionarias no sostiene el 83% de aprobación en la construcción de refinerías, trenes, hospitales o aeropuertos. La izquierda mexicana que ha pasado a la historia sin haber acabado el sexenio sostiene su modelo en algo mucho más profundo: en la redignificación del Pueblo.
La gran batalla política no es en el terreno del programa o del diseño institucional. Es en el terreno cultural, en las superestructuras. La gran batalla es por las historias que nos contamos como nación. Y la batalla cultural no sucede únicamente en los meses electorales, sino en la expresión de la correlación de fuerzas diarias en los espacios donde se controla el poder mediático.
No es posible crear nuevas historias nacionales que dignifiquen a los subalternos si no se enfrenta y se toman los medios de comunicación.
En ese supuesto, no han faltado quienes exponen la solución común: la izquierda necesita medios de comunicación.
Y es evidente. La izquierda sí necesita medios de comunicación. No obstante, la dificultad técnica de destacar en un ecosistema dominado por actores preponderantes, oligarcas y algoritmos, complejiza una tarea que es fácilmente diagnosticable. Muestra de ello es que, después de seis años de gobierno transformador, son casi nulos los medios con audiencias destacables en la izquierda. Los pocos que hay se limitan a análisis autorreferencial, propaganda o audiencias en el círculo rojo.
Por ello, la victoria de la izquierda en la batalla cultural no sucederá por la creación de nuevos medios que irrumpan en el ecosistema, sino por la ideologización de los medios existentes, comenzando por los medios públicos. La izquierda debe tomar cada espacio de resistencia. No hay nada más antineoliberal que una televisora, una radio, un periódico del Pueblo.
La política es la expresión de una correlación de fuerzas que trasciende la lucha electoral. Es una guerra que se da en cada espacio de la vida pública. Los medios públicos no pueden seguir siendo espacios cómplices de los poderes que le robaron a las mayorías el derecho a soñar. Deben pasar a convertirse en semilleros de nuevos comunicadores que cuenten las nuevas historias comunes. Los medios públicos deben ser lugares de resistencia donde se comuniquen las grandes ideas del gran proyecto que busca la construcción de una patria humana.
Así asumo mi reciente encargo, no solo por su valor periodístico, sino por su aportación para poder construir un país con menos sufrimiento. No tengo duda de que la ruta para ello es luchar junto al presidente que ha acabado con el hambre, junto al gobernador más humanista de la historia de Sonora.