Los políticos en todo momento deben tratar bien a las personas, más a quienes con mucho esfuerzo trabajan para ellos.
En 2015, durante las elecciones intermedias en México, trabajé para una agencia política encargada de la comunicación de varios políticos. Tras los comicios, la oficina se reconfiguró, generando cambios en los responsables de las cuentas. El dueño de la agencia me ofreció dos opciones de trabajo: manejar la cuenta de un gobernador electo o la de una jefa delegacional electa en la Ciudad de México. Decidí quedarme en la CDMX y aceptar la cuenta de la entonces jefa delegacional electa, sin conocerla personalmente.
La figura política en cuestión es nada más y nada menos que Xóchitl Gálvez, quien recientemente perdió la elección presidencial por la Coalición Fuerza y Corazón por México.
La decisión que cambió mi perspectiva
Opté por quedarme en la Ciudad de México, deseando evitar una mudanza y confiando en la experiencia personal y la reputación de la agencia para la que trabajaba. Venía de una campaña exitosa en Acapulco y esperaba que mi nuevo rol con la señora Gálvez fuera una continuación de esa buena trayectoria. Sin embargo, pronto descubrí que trabajar tan de cerca por casi siete meses con ella sería una experiencia muy diferente.
Desde el inicio, su trato hacia el equipo de trabajo fue despectivo. No se trataba de la calidad del trabajo, pues nuestra oficina era reconocida por su profesionalismo. El problema radicaba en su actitud déspota, clasista, racista y xenófoba. Estas características no solo afectaban el ambiente laboral, sino que también revelaban una faceta alarmante de su personalidad.
El ambiente en la delegación Miguel Hidalgo
Al ganar la delegación Miguel Hidalgo, muchos miembros de su equipo adoptaron una actitud de superioridad, reflejada en su trato hacia los demás. Al vivir en áreas acomodadas como Las Lomas y Polanco, creían estar por encima de quienes no compartían su estatus socioeconómico. Esta mentalidad se extendió al trato cotidiano con el equipo de trabajo.
Un incidente en particular destaca en mi memoria. La señora Gálvez le comentó al director de nuestra oficina que no le gustaba trabajar con el encargado de audiovisual (el era una persona pequeña, de tez morena).
Su desprecio era tan evidente que se notaba (cada vez que íbamos a solicitarle momentos en su agenda para realizar materiales audiovisuales) sólo fueron como dos semanas que estuvo este chavo en la cuenta, luego de estos días se me ordenó contratar a otra persona para el puesto y despedir al empleado discriminado.
Este acto de desdén hacia alguien por su apariencia física y su color de piel fue un momento decisivo para mí, revelando la verdadera naturaleza de la señora Gálvez.
El temor a hablar durante la campaña presidencial y la reacción de los «Xochitlovers»
Durante la reciente campaña presidencial, decidí no hablar públicamente sobre estas experiencias para evitar los conflictos que generaban los bots conocidos como «Xochitlovers» en redes sociales. Esta horda de bots de la candidata se dedicaban a atacar a quienes criticaban a Gálvez, utilizando insultos y descalificaciones. Cuando publiqué un tuit breve mencionando mi experiencia, fui objeto de ataques que buscaban desprestigiarme y desviar la atención de los verdaderos problemas.
La agresividad de estos comentarios liderada por quienes llevaron la campaña de Gálvez me hizo recordar las experiencias vividas en 2015. A pesar del tiempo transcurrido, la memoria de su trato despectivo y discriminatorio me hizo recordar los meses de 2015.
Decidí entonces hasta ahora compartir mi historia de manera más detallada, no con el afán de generar conflicto, sino para dejar constancia de los hechos y brindar una perspectiva diferente sobre la candidata.
Reflexión y esperanza para el futuro
La derrota de Xóchitl Gálvez en la elección presidencial es un alivio para aquellos que han sufrido bajo su trato discriminatorio y despectivo. Su campaña, caracterizada por el odio y la división, quedará para la historia como un recordatorio de lo que no queremos en nuestros líderes. Esperamos que, en el futuro, la oposición pueda aprender de estos errores y promover un ambiente de respeto y convivencia en un México que será gobernado por su primera presidenta.
Este relato es un testimonio de lo que callamos los trabajadores, de las injusticias y malos tratos que muchas veces se esconden tras las puertas de las oficinas políticas. Es una llamada a la reflexión y a la acción, para que no se repitan estos comportamientos y para que todos los trabajadores puedan alzar la voz sin temor.
A todos aquellos que han sido despreciados por su tez de piel y a todos los que no pueden alzar la voz, les mando un gran abrazo. La victoria del pueblo es un paso hacia un futuro más justo y equitativo.