En medio de esta campaña presidencial el discurso conservador tiene que mimetizarse para ocultar sus verdaderas intenciones. No puede declarar abiertamente su verdadero credo neoliberal que aspira a reducir al Estado mexicano a mero administrador de los intereses de las minorías. El último ejemplo elocuente es el desplegado de apoyo a la candidata del PRIAN firmado por 200 personajes que se asumen como representantes de la “comunidad cultural”, y quienes se caracterizan porque han perdido sus canonjías en el presupuesto público durante el presente sexenio.
Más allá de la trayectoria política y la escasa calidad moral de varios de sus impulsores, sus endebles argumentos en contra de la Cuarta Transformación se basan en falacias que a fuerza de repetirlas quisieran que se volvieran verdades para la gente. Porque apelando a su supuesta autoridad como “gente pensante” pretenden imponer un discurso alarmista que anuncia “la ruina” de México, y así justificar su apoyo abierto al antiguo régimen de partidos políticos que se alternaban el poder cuando según ellos “impulsaban” la cultura, esas ingenuas mentiras solo pueden funcionar en contextos donde prevalece la desmemoria.
Cuando hablan de autoritarismo, se olvidan del régimen político que terminó de imponer el PRI donde cualquier disidencia era castigada con castigo, entierro o destierro como en los tiempos del porfiriato. Cuando hablan de continuidad de la corrupción, muy convenientemente, olvidan como el presupuesto público y los excedentes de la venta del petróleo fue botín de los grupos alineados a los intereses del PAN. Cuando hablan de amenazas a la democracia olvidan que precisamente el PRD nace como respuesta a un abierto fraude electoral operado desde el poder para imponer la política neoliberal, aunque después la cúpula del PRD traicionó sus orígenes. Y en el colmo del cinismo, cuando hablan de aumento a la inseguridad y militarización olvidan los nombres y apellidos de quienes impusieron la violencia como única forma que encontraron para legitimarse desde 1968, pasando por la inútil “guerra contra el narco”.
Este documento es un nuevo ejemplo de como las viejas elites de académicos y artistas vuelven apelar al discurso maniqueo de la polarización para terminar defendiendo lo que ellos consideran, eran sus “derechos”. Porque el sustrato de este nuevo esfuerzo desesperado para erosionar el hondo apoyo popular al Gobierno de México, está en las declaraciones de uno de sus impulsores: Héctor Aguilar Camín, el intelectual orgánico favorito del salinismo.
Porque cuando el historiador rememora la “política generosa” que éstos mismos personajes tuvieron del antiguo régimen, en realidad anhelan la discrecionalidad con que, desde el gobierno del PRI y el PAN, se les financiaban sus proyectos y revistas para legitimar las políticas de privatización de los bienes públicos y justificar los fraudes electorales. A eso se refieren los “apapachos” que quieren de vuelta, al viejo maiceo que impuso Porfirio Díaz para financiar al grupo de “científicos” que lo siguieron defendiendo hasta los días de la revolución. Ahora de conservadores cínicos se volvieron conservadores más sinceros y francos en la defensa descarada de sus privilegios
Hoy esta elite intelectual está en decadencia, por su total desvinculación con la realidad de millones de mexicanos. Por lo que solo puede resultar patético el argumento de Aguilar Camín para presentar la política social del Gobierno de México como lo contrario a lo que ellos recibían en el pasado. Cuando acusa que antes “no había condicionamiento”, como sostiene ahora sucede, con los beneficiarios de los programas sociales para supuestamente coaccionar el voto.
Quienes ahora son derechohabientes de la pensión para los adultos mayores puede comprobar que basta cumplir los 65 años para que cualquier mexicano haga efectivo este derecho constitucional sin ningún tipo de filtro o condición. Porque contrario a su sesuda opinión, la extorsión sí existía en los programas sociales que se impusieron bajo el discurso de la “Solidaridad” salinista, cuando desde el poder se focalizaba a quienes se les otorgaría y a quienes no, un apoyo condicionado que siempre podía venderse como una dadiva del gobernante en turno.
Hoy la universalidad de los derechos para todos, es la alternativa para extender la justicia social entre los mexicanos, que esos supuestos intelectuales nunca alcanzaron a concebir, puesto que ellos mismos, velaron por sus propios intereses abrogándose la representación de la cultura mexicana. Hoy es el propio pueblo el que se expresa en las urnas y en las calles, sin necesidad de tutelas impuestas desde los poderes económico y mediático. De eso se trata la politización y revolución de las conciencias del pueblo de México.