Recientemente se celebró el día del padre, y abundaron en las redes sociales, desde felicitaciones hasta reclamos; estos últimos para aquellos hombres que no han asumido la responsabilidad de paternar, con todo lo que conlleva —manutención, atención, cuidado y afecto hacia sus hijas e hijos—. Me llamó mucho la atención una persona que, respondiendo a una publicación sobre los padres abandonadores, comentaba que para ella fue peor que su padre se quedara, porque hubiera preferido que no viviera con ella y su familia, por dada violencia que vivieron su madre, hermanos y ella misma —insultos, desvalorización, golpes y diversos tipos de abusos—.
Me quedé con la duda: ¿es mejor un padre ausente a uno violento? Recordemos que la ausencia también es violencia emocional, que repercute en el desarrollo de los menores y provoca baja autoestima, tristeza, ansiedad crónica, depresión e intolerancia a la frustración (de acuerdo con estudio “Efectos del abandono en la niñez y la adolescencia” de Carlos Ramiro Hurtado), y que cualquier tipo de violencia puede llevar incluso al suicidio, entonces, se entendería que las dos actitudes causan efectos perniciosos, una más que otra, pero al final lastiman a los y las hijas.
¿Qué pasa con los padres violentos? ¿Con los hombres violentos en general? Marcela Lagarde señala que la violencia de género son esas series de violencias que devienen en un “mecanismo político”, cuyo fin es mantener a las mujeres en desventaja y desigualdad en el mundo, así como en sus relaciones con los hombres. Esta permite excluir a las mujeres del acceso a bienes, recursos y oportunidades; contribuye a desvalorizarlas, denigrarlas y amedrentarlas, por tanto, reproduce el dominio patriarcal. Esa es la forma como entre hombres se recrea la supremacía de género sobre las mujeres, y les da poderes extraordinarios en la sociedad —y, por supuesto, con los hijos e hijas que son una extensión de su propiedad—.
Entonces, si son hijos de hombres que han sido violentos, ¿se puede romper el círculo? Sí, en primer lugar, debe reconocerse que la violencia no es natural y que se puede desaprender. Lo ideal es que los hombres puedan asistir a psicoterapias y participar activamente en programas reeducativos constantes y de largo plazo que les ayuden a identificar las causas y factores que influyeron en la violencia que ejercen y dotarles de herramientas para relacionarse sanamente.
Para quienes quieran iniciar ese camino, hay dos les recomiendo acercarse a organizaciones sin fines de lucro, como “Gendes” y “Hombres por la equidad” (se pueden buscar en redes). Es posible que los hombres generadores de violencia dejen de ejercerla, es un largo camino, pero al final, solo se necesita dar el primer paso.