Para sorpresa de algunos y beneplácito de la mayoría, hace una semana comenzó a circular por redes sociales el rumor del despido de unos cuantos “intelectuales” por parte de un “reconocido” espacio en donde a lo largo de una “hora” se dedicaban a “opinar”. Con el transcurrir de las horas y los días, la información se confirmó, y con ello, “los intelectuales” salieron a dar su postura; es decir, a justificarse.
Antes de continuar, resulta oportuno tratar de definir qué es un intelectual o al menos establecer un concepto cuya proximidad sea la mayormente posible a la descripción de la tarea que estos llevan a cabo. Ahora bien, para fines prácticos de esta columna emplearemos el concepto que describe al intelectual como aquella persona que a través de sus conocimientos aporta soluciones a la sociedad.
Sin embargo, en un país como el nuestro en donde a lo largo de 70 años gobernó un partido de estado para luego dar paso a un amasiato de 12 años, donde un duopolio televisivo cogobernó y una prensa se sincronizó a la derecha; la labor del intelectual se vició, se alejó del pueblo, y se cohesionó a los poderes y a sus intereses, creando así una nueva subespecie: el intelectual orgánico.
¿Qué caracteriza al intelectual orgánico? De acuerdo con Gramsci: “1) Los intelectuales son los organizadores de la función económica de la clase a la que están ligados orgánicamente. 2)Los intelectuales son también los portadores de la función hegemónica que ejerce la clase dominante en la sociedad civil. Trabajan en las diferentes organizaciones culturales (sistema escolar, organismos de difusión, etc.) y en los partidos de la clase dominante con el fin de asegurar el consentimiento pasivo, sino el activo, de las clases dominadas en la dirección que la clase dominante imprime a la sociedad. 3)Son, del mismo modo, los organizadores de la coerción que ejerce la clase dominante sobre las otras clases por medio del Estado. 4)El intelectual tiene también como función la de suscitar, en los miembros de su clase a la que está vinculado orgánicamente, una toma de conciencia de su comunidad de intereses, y la de provocar en el seno de esta clase una concepción del mundo homogénea y autónoma”.
Ahora bien, de esta manera podemos entender para qué y para quién servían y seguirán sirviendo los intelectuales recién cesados. No obstante, pareciera un tanto difuso hallar la motivación detrás del “despido”, y las hipótesis van desde una renovación de plantilla hasta la insinuación —infundada— de censura.
Sin embargo, de lo que sí podemos dar cuenta es del desprestigio que gozan algunos de estos intelectuales. Y no, no se debe al fenómeno de la cancelación, el cual es relativamente reciente, el desprestigio de estas figuras es ya de larga data y obedece tanto a sus cercanías políticas como a sus argumentaciones viscerales e irracionales.
Otro acto que podemos enumerar es la marcada distancia con la realidad y por ende con de la sociedad -que es quien deberían servir los conocimientos de estos intelectuales. Fiel retrato de ello fueron algunos de los análisis post electorales realizados por buena parte de este grupo de intelectuales, en los cuales de propia voz expresaron su extrañamiento hacia lo acontecido el pasado 2 de junio en las urnas. Solo por citar un ejemplo.
Lo evidente es que sus opiniones ya no resultan novedosas, ya no traducen la realidad, ya no aportan al pensamiento crítico, ya no conducen a la reflexión, ya no sacuden conciencias, ya no mueven a una sociedad, ¡vamos! ni siquiera conmueven a los suyos.
Para finalizar, no estaría de más colocarnos en el lugar de sus mecenas y preguntarnos: ¿qué caso tendría mantener a estos personajes en la palestra si acumulan seis años de derrotas electorales?