Seguramente la mayoría de personas habrá notado alguna vez que en las calles de cualquier ciudad mexicana, circulan vehículos identificados con una gran leyenda que tanto al frente como detrás dice PRENSA. Algunos también incluyen la marca o logotipo del medio en cuestión. ¿Por qué aún se conserva esta costumbre?
Por décadas, los vehículos utilizados por la prensa han utilizado dicha leyenda, algunos señalan que es para identificarse durante la cobertura de eventos repentinos cuya inmediatez obliga a sus tripulantes -reporteros, camarógrafos o fotógrafos- estacionar o detener el vehículo en un punto muy cercano al evento. Otros, señalan que dicha leyenda les permite a los vehículos de prensa escrita detener temporalmente dichos vehículos para carga y descarga de ejemplares.
Entonces, esta leyenda se convierte en una licencia, en una concesión que los gobiernos otorgan a la prensa para dotar a sus vehículos de una especie de inmunidad ante la reglamentación local vial permitiéndoles flexibilidad para estacionarse en lugares prohibidos, en segunda o tercera fila, conducir a exceso de velocidad o cruzar un semáforo en rojo.
También es común y vigente que reporteros, fotógrafos, y/o directores de medios tras cometer una infracción de tránsito, llamen al encargado de comunicación de la dependencia u orden de gobierno solicitando «el paro» para eludir la multa. Todos son intachables, e incorruptibles, periodistas profesionales hasta que se pasan un alto.
Saltar la fila de algún trámite burocrático, pases o lugares preferentes en algún espectáculo, evento cultural, deportivo o social organizado por el gobierno, o acceso a expedientes e información privilegiada, son también parte de estos privilegios normalizados. Así, con pequeñas y rutinarias concesiones se ha construido esta relación de codependencia prensa-poder, que matiza la conversación vigente sobre la causas y efectos de la desinformación y los intereses detrás de ella.
En efecto, muchas voces señalan que no se puede poner en la misma bolsa a todas y todos por igual. El gremio del periodismo camina continuamente entre contrastes. Por un lado están los millonarios contratos a periodistas y medios de élite que han alimentado un sin número de historias de excesos, excentricidades y lujos en torno a este selecto grupo.
Por otro, las raquíticas condiciones laborales de la mayoría de medios mexicanos que tras la romantización de la profesión y de asumirla como un vocación que debe estar por encima de intereses económicos, favorece condiciones de explotación, inequidad laboral, y evasión de responsabilidades por parte de los empleadores, directivos y periodistas de renombre que aprovechando su cercanía con el poder conocen lo caminos para eludir compromisos como seguridad social, pago de guarderías, entre otras prestaciones.
Dichas condiciones laborales desfavorables les hacen presas de las dádivas de las oficinas de prensa gubernamentales, institucionalizadas y ahora convertidas casi en derechos, como el transporte de prensa en vehículos oficiales a eventos de gobierno, las salas de prensa equipadas en sedes del gobierno, rifas, cenas o hasta propinas a discreción. Acciones que aunque en el papel pueden parecer inocuas permitieron por décadas construir una sólida complicidad incluso operativa.
Los gobiernos requirieron por mucho tiempo de los aplausos de la prensa amigable para legitimar permanentemente sus acciones, y esta prensa requirió del dinero público y de las instituciones para conservar sus privilegios en todos los niveles.
El reto para el actual Gobierno de México y nuestro Presidente Andrés Manuel López Obrador es mayúsculo y complejo. Una pequeña élite de periodistas no está dispuesta a perder los millonarios privilegios y haciendo crítica social se perfuman de valientes, empuñan la bandera de la libertad de expresión y piden ser tratados con respeto, solidarizándose estridentemente con el justo reclamo de aquellos respetables periodistas independientes, experimentados y profesionales que observan riesgos en la nueva estrategia del gobierno federal para enfrentar la desinformación.
Se han roto algunos paradigmas en la relación prensa-poder. Aún queda mucho camino por recorrer.
Hasta la próxima.
